Día 31, lunes 5 de diciembre de 2016, Santa Consolata, lat. 56º 07 S, Lon. 64º 93 W.

¿Un faro del fin del mundo? ¿Otro más? Nada impresiona a quienes vivimos a tiro de piedra del verdadero y único fin del mundo, Finisterre; a quienes nos gusta asomarnos al balcón del mar de las tinieblas en cualquiera de las mil y una playas gallegas, de finísima arena. Los portugueses tienen su propio Cabo do Mundo, al sur de Lisboa; y toda la costa occidental europea está bordada con faros, miradores y promontorios desde los que el sol se despide cada tarde.

También los argentinos tienen su fin del mundo, el faro de la Isla de los Estados, 54º Sur, 64º W, “a tiro de piedra de la bahía de Elgor”, inmortalizado por Jules Verne en la novela El faro del fin del mundo. Tres fareros solitarios son asaltados por la banda de piratas del violento Kongre, “escoria” les llama Verne, que matan a dos de los fareros, apagan la linterna y provocan naufragios con los que hacer su botín. Vázquez, el héroe superviviente, conseguirá recuperar el faro y salvar cientos de vidas…

El relato es juvenil y previsible, su mayor interés reside en la descripción del nuevo faro, inaugurado el 9 de diciembre de 1859: dentro de cuatro días se cumplirán 157 años de la linterna, visible a más de diez millas, que desde entonces ayuda a los barcos a cruzar el estrecho de Lamaire, donde está Bahía Valentín, antesala del temido Paso Drake, por el que ahora navego a bordo del Sarmiento de Gamboa.

La noche pasada cruzamos el estrecho descubierto en el siglo XVII por el navegante holandés Lamaire, y me quedé con ganas de ver el faro, que ya no es de aceite, y con más ganas aún de visitar la torre octogonal, de 32 metros de altura, menos que los 40 metros del faro de Sálvora, que protege la entrada y salida a la ría de Arousa.

Menciono Sálvora porque he tenido el privilegio de vivir en esta isla desierta largas temporadas -¡ya le hubiera gustado a Verne!-, bebiendo los atardeceres en compañía de una hermosa sirena rubia, de ojos claros de mirada dulce; y porque la descripción de Verne, la cámara de los torreros, la sala común, el almacén, las masas rocosas de cuarzo, el aparato dióptrico de lentes escalonadas, las anotaciones diarias en el Libro, la pesca de pececillos con caña, y hasta los venados salvajes (en Sálvora son ciervos y caballos)… todo me recordó al faro de Sálvora, que pronto cumplirá un siglo de inalterada quietud, firme en su atalaya de piedra.

img-20161204-wa0002También el faro de Sálvora, como el de la Isla de los Estados, es especialista en recuperar restos de naufragios, de barcos estrellados contra las rocas o de naufragios emocionales, necesitados de un punto de sutura. En una y otra latitud, merodean los piratas: no busquéis entre los frikies que llevamos barba de meses, un parche en el ojo o una pata de palo. Los piratas que acechan la Isla de los Estados y Sálvora son políticos ignorantes o corruptos (o las dos cosas juntas), y autoridades portuarias de la banda de Kongre, ese tipo de «escoria», en expresión de Verne, que premió a uno de nuestros más gloriosos exploradores, Malaspina, con cárcel y destierro.

Nuestra navegación continúa con buena mar, acercándonos al paralelo 60º: hoy dejaremos atrás el Paso Drake, aprovechando una “ventana” de calma, entre borrasca y borrasca, y si nada se tuerce, dentro de pocas horas estaremos fondeados ante la Isla Livingston.