Especial para EFE:Verde, por @ValentínCarrera, a bordo del Hespérides.

Cuando conocí a Amós de Gil en la sala de investigadores del Sarmiento de Gamboa, me pareció un sabio despistado, protagonista de una novela de Verne, que se había extraviado en el barco y no encontraba la salida. Luego, conversando y conviviendo en la base Gabriel de Castilla, supe que este “obrero de la investigación” es un enamorado de la Antártida, de cuya historia y tiempos heroicos lo sabe casi todo. Un admirador de Scott.

C12_Amos de GilAmós de Gil —uno de los más veteranos entre los expedicionarios españoles— forma parte del equipo de geodestas del Laboratorio de Astronomía, Geodesia y Cartografía de la Universidad de Cádiz, ubicado en el Departamento de Matemáticas, lo que me hace pensar que debe haber alguna extraña conexión entre los volcanes y las matemáticas, más allá de su perfección estética. Las matemáticas, tan desconocidas para los que somos profanos, siempre en la base del conocimiento.

El equipo de la campaña 16/17 está formado por Amós de Gil, Mirentxu Soto, Miguel Ángel Jiménez, Belén Rosado, Águeda Vázquez y Javier Benavente, coordinados desde Cádiz por el IP Manuel Berrocoso. Estos geodestas y matemáticos del Laboratorio de Cádiz, además de ser muy queridos y abrazados en las bases, son una referencia en los estudios antárticos, pues llevan casi treinta años realizando registros y mediciones, las llamadas «series temporales». Treinta años escuchando el volcán.

Series temporales en geodesia, geotermia y oceanografía: observaciones con GNSS-GPS y con mareógrafos sumergidos, instalados en una red, cada vez más tupida, en las islas Decepción y Livingston. El mantenimiento de las series temporales se ha convertido en un clásico de las campañas antárticas: los datos suministrados durante tres décadas son una valiosa fuente de análisis para conocer la geodinámica tectónica en las islas Shetland del Sur. Desde el año 2000, el sistema incorpora una nueva serie temporal 3D que registra la deformación superficial, de modo que el Laboratorio de Cádiz tiene en estos momentos un conocimiento exhaustivo del comportamiento volcánico en Decepción. Además de los datos geodésicos, los mareógrafos fondeados en Bahía Foster y Caleta Española registran la temperatura y el nivel medio del mar: su variabilidad es un modo de conocer los efectos del cambio climático.

Pero hay un dato que suele obviarse y conviene destacar: para escuchar el volcán, para hacer Ciencia, los investigadores idean sus propios equipos. Los vértices no se venden en un kit de Ikea, todo incluido. Ellos conocen sus necesidades, saben lo que quieren medir y cómo; y desarrollan un I+D+i casero, con pocos recursos y mucho ingenio. El instrumental y el propio método de observación han ido madurando durante estos treinta años, de suerte que el Laboratorio de Cádiz atesora hoy un sistema de registro y almacenamiento de datos, con mucha seguridad y bajo consumo, que debiera patentarse. Hará fala una nevera de picnic, un bidón, placas solares, una base de cemento, algunas piedras alrededor, y mucho tesón y laboriosidad para recoger los datos y volcarlos a los programas de análisis. Con mar rizada, con nieve, con viento… o disfrutando de la luminosidad de Isla Decepción, cuando amanece soleada y acogedora.

Esta isla, cono de un volcán que emerge entre el Continente Antártico y el archipiélago de las Shetland, es una chimenea por la que el magma trepa cuando quiere sin avisar. Decepción, isla del desengaño, refugio de balleneros y acaso de piratas, el lugar más literario y matemático de la Antártida. Si Julio Verne hubiera conocido a Amós de Gil Lidenbrock, un científico enamorado de una isla, y a todo el ameno y currante equipo del Laboratorio de Cádiz, habría situado aquí, en Deception Island, El volcán de oro, La isla misteriosa y Viaje al centro de la tierra.