Especial para EFE:Verde, por @ValentínCarrera, a bordo del Sarmiento de Gamboa

301116_efe4_vcarrera_ozonoglobal-4Hace exactamente treinta años, el físico Javier Cacho navegaba en estas mismas fechas en el Nuevo Alcocero, haciendo a diario, si la nubosidad lo permitía, mediciones de la radiación ultravioleta. Mediante un radiómetro –juego de filtros que permite seleccionar la banda ultravioleta del espectro solar-, registraba la radiación directa e indirecta que alcanza la superficie terrestre.

Entonces, cuando navegábamos formando parte de la Primera Expedición Científica Española a la Antártida (1986-87), el agujero de ozono era un asunto de preocupación mundial con versión doméstica: había que protegerse, se decía a bordo, de aquella terrible radiación que producía cáncer. El adelgazamiento de la capa de ozono había sido detectado en 1971 coincidiendo con la primavera austral y confirmado de modo alarmante en los años siguientes, hasta convertirse en una prioridad científica y social, que viene a ser lo mismo.

En la base argentina Orcadas pude ver imágenes del satélite Nimbus, donde se observaba la alteración de la capa de ozono en la zona antártica, atribuida entonces a los clorofluorocarbonados (CFCs), también conocidos como gas Freón, los malditos aerosoles e insecticidas, también llamados “la Talidomida de la atmósfera”. Sin embargo, recuerdo la prudencia del profesor Cacho: la falta de una secuencia histórica de datos, pongamos de los últimos cien años, impide sacar conclusiones apresuradas, más aún si consideramos períodos de miles de años para algunos fenómenos atmosféricos, geológicos o climáticos.

301116_efe4_vcarrera_ozonoglobal-2Tres décadas de cambio
Cuando nos acercamos de nuevo al paralelo 60ºS, me pregunto qué ha sido del agujero de ozono y qué ha cambiado en estas tres décadas.

En primer lugar, ha cambiado el conocimiento científico: lo que entonces eran primeras series de datos captadas por la Estación Mac Murdo y la Expedición del Ozono, hoy son cuarenta años de trabajo sistemático y registros acumulados, sobre los que fundar nuevas hipótesis.

En segundo lugar, ha cambiado la percepción social: la destrucción de la capa de ozono obligó a la prohibición industrial de los CFCs, acordada ya en 1986 por el Protocolo de Montreal, primer acuerdo suscrito por unanimidad en la Cumbre del Clima. Desde entonces, los investigadores, los gobiernos y la sociedad tenemos una percepción global de un cambio climático global. No hay lugar para el negacionismo; ni siquiera la nueva administración Trump podrá sustraerse a esta preocupación global que hemos dado en llamar “calentamiento”. El vicepresidente americano Kerry ha liderado el acuerdo para declarar la reserva natural de 1,55 millones de km2 en el mar del Ross, aprobada hace pocos días en Australia por los veintidós Estados miembros del Comité para los Recursos Vivos Marinos Antárticos. Otras señales optimistas han llegado desde la Cumbre de Marrakech sobre cambio climático, y la conciencia social no deja de extenderse.

Ya no hablamos solo de un agujero de ozono en la Antártida, sino de un verdadero «cambio global»: el impacto de la actividad humana sobre la biosfera. En la obra Cambio global, valiosa colección de ensayos publicada por el CSIC, el profesor Carlos M. Duarte explica cómo estamos ante un nuevo escenario que desborda los análisis de los años 80. El crecimiento exponencial de la población sobre el planeta, 6.700 millones de habitantes que podrían ser 10.000 a final de siglo, indujo a los Nobel Crutzen y Stoermer a bautizar este período como el Antropoceno: la era geológica actual, en la que la especie humana tiene capacidad para influir sobre el clima. Esta inmensa masa humana que somos hemos multiplicado el consumo de agua, de 600 a 5.200 km3 durante el siglo XX, o el uso masivo de fertilizantes a base de nitrógeno (generando óxido nitroso, gas de efecto invernadero).

301116_efe4_vcarrera_ozonoglobal-3Todo ello pone en cuestión la sostenibilidad del Planeta: además del agujero de ozono, del calentamiento y del cambio climático, el Antropoceno nos sitúa -dice Duarte- ante un verdadero cambio global, para el que no sirven respuestas locales o parciales. De ahí que la Declaración de París sobre cambio climático, o la conservación de la Antártida como gigantesco pulmón natural, sean ya una cuestión de supervivencia.

En este escenario cobra mayor peso y significado social el trabajo de los científicos de la XXX Campaña de España en la Antártida, que zarparán esta semana desde Punta Arenas (Chile), a bordo del Sarmiento de Gamboa, a los que se unirán pronto el contingente del Hespérides. Nos aguardan cuatro meses de investigación apasionante, bañados por la aurora boreal, cuatro meses de Aventura de la Ciencia para tomarle el pulso al cambio global.

FOTO:
1. Los primeros laboratorios en 1986, en el Pescapuerta IV. Foto Colón.
2. La Antártida es observatorio privilegiado del cambio climático. Foto Ignacio Sobrino.
3. El agujero de ozono o el calentamiento forman parte de un cambio global. Foto Ignacio Sobrino.
4. En busca de las auroras boreales. Foto Asís Fdez.-Riestra.