* LA AVENTURA DE LA CIENCIA El proyecto ALIENANT evalúa la introducción humana de nuevas especies en la Antártida.
Día 111, jueves 23 de febrero de 2017, Isla Rey Jorge. Especial para Efe:Verde, a bordo del Hespérides.

Las afinidades biodiversas. La conversación sobre Humboldt empieza en el comedor del buque Hespérides, alargando la tertulia hasta que el cocinero nos echa con una mirada con subtítulos: “Tenemos que limpiar”.

—Pues precisamente —me dice Miguel Olalla— he traído para leer en el barco una nueva biografía de Humboldt, La invención de la naturaleza.

—¡No puede ser! ¿La de Andrea Wulf? Es un libro excepcional, lo estoy acabando —respondo.

Seguimos la charla en el laboratorio, donde Javier Benayas, abrigado, hace fresquito en la cubierta -1, recuenta colémbolos, manías y rarezas que tienen los científicos: escalan volcanes o prueban en su propio brazo el calambre de una anguila eléctrica, como hacía Alexander, otros cuentan colémbolos. Nos une la admiración por el gran naturalista del siglo XIX, tan actual y tan moderno, que Olalla pone como ejemplo a sus alumnos de la URJC de Madrid; y nos une, en el caso de Benayas, el parentesco generacional. “Del 58”, dice este veterano de guerras políticas y universitarias —vicerrector, concejal, responsable en gestión de parques naturales, un extenso currículo, incluidas varias campañas en la Antártida desde 2008.

Javier Benayas y Miguel Olalla han sido profesor y alumno, y se tratan con la confianza y el respeto mutuo de quienes comparten un valioso objetivo: avanzar en el camino del conocimiento, vivir juntos la Aventura de la Ciencia. Esta vez les han reunido, en la XXX Expedición Científica Española a la Antártida, unos bichitos microscópicos, artrópodos de un milímetro, los inquietos y preocupantes colémbolos, los nuevos Aliens de la Antártida.

 

La campaña tiene dos patas: Benayas trabaja en la gestión preventiva, en la que es experto reconocido internacionalmente, y Olalla se ocupa de hacer modelos predictivos y validarlos: ¿qué pasaría si…?

…si de repente se dan las condiciones adecuadas y una nueva especie, introducida casi siempre por el humano (en las botas, en el velcro de una prenda, en las ruedas de una maleta), se hace fuerte en el territorio antártico, lo coloniza y elimina a las demás. “Las invasoras producen una pérdida de biodiversidad; son un peligro para la Antártida”.

Antes de hablar de los malditos colémbolos —Javier sigue concentrado en el microscopio y levanta la vista de vez en cuando para intervenir—, les pido algunos ejemplos de especies invasoras más cercanas, y es para ponerse a temblar: la garrapata que produce la enfermedad de Lyme, el mosquito tigre, el mejillón cebra, los peces gato, los galápagos de Florida, las cotorras argentinas, la avispa asiática, el cangrejo americano, la trucha arco iris, los visones americanos. El modelo se repite: el calentamiento facilita que una especie tropical, transportada por humanos, se aclimate en latitudes más al norte, y suframos nuevas enfermedades y pandemias que causan alarma social.

Lo que hacen los investigadores del proyecto ALIENANT es estudiar este mismo comportamiento en la Antártida “un modelo en sí misma que nos permitirá validar hipótesis sobre cómo funcionan esos aliens, aplicables a otras zonas del planeta”. De ahí el interés de estudiar los colémbolos, existentes en otras partes, también en zonas árticas, que se cuelan en el santuario de hielo. A diferencia de otras especies que no sobreviven —como alguna mosca o mosquito—, los colémbolos forasteros se encuentran a gusto en su nuevo espacio: falta por evaluar si realmente son ya especies invasoras o por ahora simplemente son inmigrantes sin papeles.

Impacto del turismo
Javier Benayas, que llegó a la Antártida a través de la gestión turística, ha estudiado el impacto humano sobre los ecosistemas australes desde que en 1819 se descubrió el Continente Blanco. En su artículo “Equilibrios sobre el hielo” [con P. Tejedo, L. Pertierra y M. Boada, Ecosistemas, nº 20, 2011], los autores dan la cifra de 250.000 focas cazadas en tres meses en 1820, al año siguiente del descubrimiento. Cien años después, en 1912, había seis balleneras y más de 60 barcos faenando: “46.000 ballenas masacradas en la campaña de 1937-38”. Este primer expolio humano se ha frenado desde el Tratado Antártico (1959), que inauguró la Etapa Científica, tras el Año Geofísico Internacional.

Pero el Tratado no ha impedido una segunda invasión de turistas y científicos. Más de cien bases y estaciones, más de 5.000 investigadores durante la campaña de verano y más de 1.000 en la invernada, y en torno a 50.000 turistas al año, tienen presencia e impacto constantes. Esta huella humana incluye accidentes, como el del Bahía Paraíso que derramó 600.000 litros de petróleo en Arthur Pot, y otros riesgos. Los análisis del equipo citado, que empezó a trabajar en la campaña 2007/08, “muestran que la huella de carbono media de los turistas antárticos es de 6,18 toneladas de CO2 por pasajero, tasa muy superior a la media mundial, de 4,38 toneladas de CO2”.

Sin embargo, matiza Benayas, no toda la culpa es de los turistas: se han detectado metales pesados en excrementos de pingüinos, procedentes por tanto de su alimentación, que no se pueden achacar al turismo. La realidad es más compleja: la contaminación llega desde muy lejos, desde cualquier lugar del planeta y esto significa que en la Antártida se han detectado ya, en los últimos años, metales pesados como cobre, plomo, cadmio, mercurio y arsénico; hidrocarburos y pesticidas con cloro. También se ha analizado cómo esa presencia humana altera la conducta de los petreles, pingüinos y otras aves, que debido al estrés llegan a abandonar el nido.

¿Cuál es la relación entre estos cambios en el ecosistema y la aparición de nuevas especies? El estudio de los colémbolos sirve de test a nuestros investigadores para evaluar ese mecanismo y el alcance del impacto humano.

El primer efecto comprobado es la homogeneización biótica, que sería más fácil llamar Efecto Corea del Norte, donde tanto escasea la biodiversidad política y cultural.

En la naturaleza, como en las películas de alienígenas, los invasores toman el control y eliminan a las demás especies. Son especies oportunistas, aprovechadas y previsiblemente nocivas para el ecosistema. Algo similar a la proliferación de tiendas y restaurantes chinos en cualquier barrio o rincón, poniendo contra las cuerdas al comercio local. Cada vez que abre un chino, cierra un colmado; la biodiversidad comercial se reduce; la especie invasora acaba por echar del terreno a las demás, ya sea una tienda o un cangrejo de río.

La traducción en la Antártida, donde la pirámide alimenticia es muy corta, podría ser trágica: una reducción de biomasa que afectara al krill, tendría impacto directo en las poblaciones de pingüinos y ballenas, y en cadena de todas las demás especies. Se trata, pues, de prevenir para que esto nunca ocurra, mediante la detección temprana: estudiando los colémbolos, que son la avanzadilla del invasor, la vanguardia del proceso de homogeneización.

De la prevención se ocupa el proyecto ALIENANT en dos formas: Javier Benayas y su equipo formulan recomendaciones que el Comité Polar Español eleva al Tratado Antártico y se convierten en nuevos protocolos: eliminar un sendero, ampliar una reserva, crear una nueva «zona santuario», de veda absoluta, o erradicar una planta invasora, como se hizo en 2015, y se completará en esta campaña, con una poa adventicia detectada en Caleta Cierva.

Por su parte, Miguel Olalla, como biogeógrafo, elabora modelos predictivos sobre la distribución de especies, modelos bioclimáticos y eco-fisiológicos orientados a facilitar una gestión preventiva para proteger la biodiversidad antártica. Ese es el reto científico y político al que nos enfrentamos en las próximas décadas.

Mientras Miguel me muestra cómo consiguen extraer los colémbolos de una muestra de tierra o unos líquenes, Javier sigue contando bichitos. Me invita a mirar por el microscopio y se abre ante mis ojos otro mundo: diminuto, de colores y formas monstruoides, Colembolandia.

La conversación no concluye, se alarga en la cubierta del Hespérides, en el comedor, en el laboratorio: la campaña antártica es un punto de encuentro enriquecedor. Además de la convivencia a flor de piel, con esa especial emotividad que despierta el saberse en territorio límite, se despierta en todos nosotros un afán de aprender y saber. Aquí Humboldt sería feliz.

Más:
Programa: «ALIENANT: Pronosticando el establecimiento de invasoras en una Antártida cambiante».
“High Resolution Spatial Mapping of Human Footprint across Antarctica”, revista PLOS ONE, enero 2017.