@ValentínCarrera, especial para Efe:Verde
“Es muy peligroso, pero vale la pena; ¡lo haría toda la vida! Es apasionante”. No hablamos de ir al cine los domingos, ni de tumbarse en la toalla al sol en verano, sino de caminar con crampones y arnés, encordados, por la superficie de un glaciar, procurando no caer en una grieta, como le ocurrió hace poco al glaciólogo Gordon Hamilton, “un tío genial”, que murió en el empeño. Quien me lo cuenta, y se le ilumina el rostro ovalado al decir, “¡Lo haría toda la vida!”, es la glacióloga Cayetana Recio Blitz. El apellido materno es de origen holandés, añade.
Cayetana es ambientóloga por la Universidad de Alcalá de Henares, donde tuvo como profesores a dos especialistas en permafrost de extenso currículum antártico, Miguel Ramos y Miguel Ángel de Pablo; y completó un master en Restauración de Ecosistemas cuyo trabajo final le encaminó hacia la Antártida: restaurar la ladera de la primera línea de playa en Isla Decepción, construyendo un muro de gaviones para evitar el desplome de la ladera bajo la Base Gabriel de Castilla. El muro es desmontable y el impacto visual mínimo, pero evita que la marea vaya lamiendo la escasa ladera, sin alterar el ecosistema. En aquel primer trabajo, Cayetana fue abducida por la Antártida, orientando su tesis doctoral al estudio de los glaciares, y esta es ya su tercera campaña.
Conversamos a bordo del Hespérides, en el despacho que nos presta el jefe científico, con inmejorables vistas sobre el único sitio del planeta en el que puedes dar la vuelta al globo por un paralelo sin ver tierra: el Paso Drake. Nos acompaña Pablo Sánchez Gámez, topógrafo e ingeniero especializado en geodesia, con un master en Hidrografía por la Universidad de Hamburgo. Pablo y Cayetana pertenecen a la nueva generación de científicos españoles hipotecados por un gobierno miope e ignorante, con la disculpa de no sé qué crisis económica. Ambos forman parte del Proyecto DinGlas (Dinámica Glaciar), y forman parte del grupo de investigación GSNCI (Grupo de Simulación Numérica en Ciencia e Ingeniería), que lidera en la Universidad Politécnica de Madrid Francisco Navarro, Paco Polo, “un encantador de serpientes, un hacedor de equipos —asevera Cayetana—, dinamizador de una red que conecta a glaciólogos en todo el mundo”. La wwg, imagino, aunque el nombre exacto sea WGMS (World Glaciar Monitoring Service). Los datos que durante los últimos quince años monitorizan los glaciólogos españoles y de todo el mundo se integran en esta red de conocimiento global.
Pero, ¿qué datos son esos? En síntesis, lo que estudia el proyecto DinGlas es el balance de masas de los glaciares Johnsons y Hurd en Isla Livingston. El balance de masa glaciar, como un balance económico, es lo que el glaciar gana o pierde en un año hidrológico: durante la invernada, la nieve reciente se acumula en superficie, mientras que en el fondo del glaciar se derrite: “El glaciar es un río de hielo, está vivo, se mueve”. El Hurd acaba en tierra, mientras que el Johnsons desemboca directamente en el mar, en una fantástica bahía contigua a la Base Juan Carlos I, lo que complica su “metabolismo”.
Para saber cómo y cuánto se mueven los glaciares, Pablo y Cayetana, y antes sus compañeros Javier Lapazarán y Eva de Andrés, suben cada día al glaciar en jornadas agotadoras, siempre acompañados de uno o dos montañeros muy expertos, como Hilo Moreno, que el año pasado cruzó Groenlandia con la expedición Trineo del Viento. Atados con cuerdas de seguridad, de dos en dos, con un montañero avanzando delante y otro detrás, los glaciólogos se mueven por la cresta del glaciar haciendo mediciones y clavando estacas de 3,67 metros de largo y unos diez cm de diámetro. Hay más de sesenta estacas en los glaciares de Livingston, lo que permite saber cuánto y cómo avanza el río de hielo (los glaciares se mueven a distinta velocidad, desde pocos cms al año hasta los 50 m/año del Johnsons). “Cada glaciar tiene su personalidad”, insiste Cayetana.
Además de fijar estacas con un taladro en la piel del glaciar, establecer sus coordenadas exactas con DGPS [un GPS diferencial, con precisión milimétrica], y regresar al año siguiente para ver el avance, hay otros métodos de estudio que amplían la perspectiva como las imágenes por satélite. En esta campaña también han contado con el apoyo de un helicóptero de las Fuerzas Aéreas chilenas que sobrevoló Livingston en enero con georadar [un impulso magnético de ida y vuelta] aportando al grupo información sobre espesor y la posición del frente del glaciar.
“Nuestro objetivo es la modelización del glaciar —me explica Pablo, desde su matriz de geodesta—, es decir, a partir de distintas fuentes de datos, construir un modelo matemático que nos permita saber cómo se ha comportado el glaciar en el pasado y predecir su comportamiento en el futuro”. Es difícil visualizar la complejidad del modelo matemático, cómo modificando distintas variables, se altera el resultado. Conociendo el estado de salud del glaciar, podemos diagnosticar otros escenarios, jugar con el modelo base: ¿qué pasaría si…. si la temperatura de Livingston sube 2º? Y si en 2017 y siguientes volvemos a tener un invierno como el de 2016, con muy poca nieve, ¿podría la Península Antártica llegar a ser como Nunavut? El cambio climático ya es visible en Alaska y Patagonia, peor en Nunavut se detecta todo un cambio de tendencia. De extenderse, ¿qué consecuencias tendría en los ecosistemas?
Asoma una y otra vez por las grietas del glaciar la bicha del cambio climático. Esta es una de las claves del trabajo de DinGlac, que Cayetana explica con apasionamiento: “Es sencillo: en el glaciar hay una zona de acumulación de nieve y una zona de ablación (pérdida de nieve); en medio hay una línea en constante movimiento, muy frágil e inestable. La Península Antártica es una zona crítica: al estar en la temperatura límite, en torno a 0º, todo es más sensible, cualquier oscilación de la temperatura puede tener consecuencias enormes”.
Es fácil entender que pasar en Madrid de 18º a 19º, o en Canarias de 23º a 22º, un día cualquiera, apenas tiene consecuencias, pero si en todo el litoral de la Antártida, en todos los glaciares periféricos, la temperatura subiera un grado, tendríamos serios problemas en el resto del planeta, especialmente en las zonas costeras. Pablo describe el caso de las Islas Ellesmere en Canadá: “Desde la segunda mitad del siglo XX se detecta un cambio, pérdida neta de masa glaciar, y las predicciones actuales dicen que en torno al año 2150 no habrá ningún casquete de hielo en estas islas. Hablamos de una masa de hielo de 90.000 km2, equivalente a Andalucía. Que en apenas cien años desaparezcan 90.000 km2 de nieve en Nunavut es muy relevante”.
Percibo en la conversación que tanto Cayetana Recio como Pablo Sánchez son muy prudentes en todo lo relativo al cambio climático. La glaciología nos permite hacer predicciones sobre el nivel medio del mar: si hay más deshielo, el agua del mar ocupa más volumen. Este factor, unido a la expansión térmica, eleva el nivel del mar. Pienso en los Países Bajos o en Venecia. “Piensa mejor en la India —matiza Pablo—, donde una subida del nivel del mar de 30 cms tendría un impacto tremendo para millones de personas”.
Cada vez que, en esta XXX Expedición Científica Española a la Antártida, me acerco a una disciplina, ya sea la biología, la ecología de los pingüinos, el latido de los volcanes o el estado de salud de un glaciar, reaparece como una constante la máxima de Humboldt, el primer ecologista global: “En la Naturaleza todo está profundamente relacionado”. La salud de los glaciares Johnsons y Hurd en Isla Livingston, y de todos los demás glaciares, nos aportan claves sobre el cambio climático, cuyo efecto amenaza a millones de personas en la India. Efecto mariposa glaciar.
“Sin sacar conclusiones apresuradas —corrige Cayetana—. Nuestros estudios muestran que, a corto plazo, en los últimos 15 años, en la Península Antártica no hay calentamiento, sino enfriamiento, pero necesitamos un período más largo, como mínimo 30 años, para observar la tendencia real. Los períodos de enfriamiento puede ser una falsa apariencia. Otros muchos datos indican que hay un calentamiento significativo, inequívocamente de origen humano, porque esto no pasaba hace…”. Esta perspectiva a largo plazo rebaja las alarmas: nuestra generación y nuestros hijos y nietos no verán la Antártida sin hielo; pero no debe relajar nuestra vigilancia: “Seríamos unos irresponsables. Hay cambios que ya se notan en los ecosistemas animales”, concluye Cayetana.
Agradezco a Pablo y a Cayetana su pasión didáctica y cierro el cuaderno de notas con la sensación de haber aprendido algo sobre un mundo que me empieza a parecer fascinante, los glaciares. Ya de pie, contemplando el mar desde la atalaya del Hespérides, dejo caer una última pregunta: ¿qué os aporta, como científicos y como personas, el estudio de los glaciares?
“Como científico —dice Pablo— una mayor resistencia a la adversidad y la capacidad de adaptación a trabajar en condiciones complicadas. En lo personal, en un lugar tan remoto y desierto te reencuentras con lo básico que hay en ti, con la familia, con lo que llevas dentro”.
Cayetana tiene claro que ha hecho la apuesta buena y segura de su vida. No teme el trabajo duro en las grietas peligrosas, bajo cero, de diez de la mañana siete de la tarde, ni teme al viento que no pregunta. “¡Vale la pena! ¡Lo haría toda la vida!”, concluye con una sonrisa tan optimista y vehemente que el albatros que pasaba ante nosotros ha congelado el vuelo por un instante. Él también está preocupado por el estado de salud de los ríos de hielo.
Fotos y video: cortesía de Cayetana Recio.
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www.kryos-hyperion.com
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