Día 69, jueves 12 de enero de 2017, Santa Taciana. Isla Decepción.
Especial para EFE:Verde, por @ValentínCarrera, Isla Decepción
Apaguen un rato la calefacción y abran las ventanas de par en par para que su salón o su oficina cojan temperatura ambiente. Pónganse guantes y bufanda, y unos cubitos de hielo dentro de las zapatillas. Desconecten el maldito wasap. Respiren hondo. Nos vamos de paseo científico, ronda de vigilancia sísmica y geodésica por los entresijos del volcán Decepción.
De las tres capas térmicas de la cebolla —la moda antártica—, le sobran dos: el polar y el goretex. Al borde de la playa de arena volcánica, piroclasto, hay un contenedor para cambiarse: usted y yo nos quedamos en camiseta y mallas, bailarines de un improvisado ballet sobre la banquisa polar. Un par de manos amigas nos ayudan a embutirnos, del verbo embutir, en el viking o teletubby: nuestro seguro de vida en el mar de hielo. Es de una pieza, desde las botas al gorro, impermeable, estanco, calentito. Incluye linterna, silbato, cuchillo, arnés de seguridad: 1400€ la unidad. Si te caes al agua helada sin el viking, tu horizonte vital es de veinte minutos. En la Antártida todo es extremo. También la belleza que nos aguarda…
Hace rato que los hombres de la Base Gabriel de Castilla han arriado la zodiac en la orilla: cinco científicos y cuatro soldados aguardan; el Comandante, de puntualidad británica, disimula su impaciencia tras una sonrisa amable. Sabe que no es fácil embutir a un periodista con una costilla lesionada en un viking. Varias manos solidarias me izan a bordo y la zodiac se aleja de la playa despacio, poniendo proa al centro de la Bahía Foster. En babor se sientan los sismólogos Enrique Carmona y Benito Martín, de la Universidad de Granada; en estribor, los vulcanólogos Amós de Gil y Mirenchu Soto, de la Universidad de Cádiz. Cortan el viento de proa, y las olas que nos salpican a capricho, el cabo 1º Álex Garrido, el timonel Juan Carlos Sánchez de Lucas, el sargento 1º Pedro Portillo, el brigada Fernando Suárez y el comandante Daniel Vélez. Sobre las tablas de la zodiac, media docena de baterías, neveras conteniendo GPS y diverso instrumental.
¿Sigue usted en su salón, con unos cubitos de hielo en las zapatillas? Cuando Isla Decepción se enoja, el lago interior puede ser más peligroso que una tempestad en lago Lemans, a punto de engullirse a Guillermo Tell. La mar no tiene amigos. El viento y el oleaje cambian en pocos minutos. Son apenas seis millas de punta a punta: una eternidad si el viento se atraviesa; una delicia en esta mañana fresca de enero.
Isla Decepción es el cono de un volcán: navegamos sobre un río de lava ardiente, a pocos kilómetros de profundidad, y escuchamos su respiración: el tremor incesante de la tierra, la exhalación anhídrica de las fumarolas; de vez en cuando, un rugido que los sismógrafos registran en una gráfica oscilante y temblorosa. Temblorosa…
Cuatro millas más tarde, saltamos a la playa de piroclasto en Bahía Balleneros, donde en tiempos hubo una factoría ballenera, obvio, y una base británica, abandonada tras las últimas erupciones. Un crucero de turistas noruegos, la Antártida ya no es lo que era, alborota la serenidad de las ruinas sepultadas por lava y cenizas. El comando de la Base Gabriel de Castilla se despliega en abanico: los montañeros Daniel, Pedro y Fernando exploran la zona para completar sus informes al Comité Polar Español. Es una de las tareas del Ejército de Tierra: anticipar las próximas campañas.
Amós de Gil y Mirenchu atornillan un GPS a un vértice fijado con cemento en el punto de observación. La operación es sencilla, pero hay que venir hasta aquí para hacerla cada dos o tres días, con el viking, por mar, con buen o mal tiempo; comprobar que funciona, reponer baterías, chequear datos. Tras el primer GPS, colocaremos otros cuatro esta misma mañana entre Punta Penfold y Cerro Ronald. Los vulcanólogos tienen la isla triangulada y mareógrafos fondeados bajo el agua helada para obtener series de datos geodésicos y geotérmicos. Observan la deformación superficial de la isla, registran las anomalías térmicas, la variabilidad del mar y los efectos del cambio climático.
Recogemos las neveras y subimos a la zodiac sin molestar a dos focas que duermen perezosas, indolentes. Una tercera se arrastra hasta el agua y se sumerge, desconfiada. Navegamos la costa Este, prodigiosa de tonos y colores producidos por la nieve veteada de capas volcánicas: Glaciar Verde, Glaciar Rojo, Glaciar Negro, Punta del Buen Tiempo [ver Galería de fotos]. La Antártida se mejora a sí misma, se reinventa en estas tartas glaciares, de las que se desprenden enormes trozos de banquisa. Todos los poros de la percepción se ensanchan ante este regalo de la Naturaleza.
La mañana atareada prosigue en Caleta Péndulo: Enrique y Benito revisan los sismómetros en una colina cercana a la antigua base chilena, desaparecida bajo un manto de cenizas en 1967. Cada tanto, la isla se reinventa a sí misma: donde había un lago, el Lago Escondido, aparece un cráter; y donde había una playa, una colina de lava. Bajo la capa de piroclasto, toda la isla es un macizo impenetrable de permafrost, suelo helado permanentemente. Glaciares de colores sobre lechos de lava incandescente, paradojas de la Antártida.
Recogemos en Péndulo a tres investigadores chilenos que cosechan crustáceos del tamaño de una uña y otros bichitos polares. A falta de un bocata, compartimos frutos secos y chocolates, y saltamos, es un decir, a la zodiac. Los vikings estancos se empapan en la maniobra; pero ya nada importa, a dos millas nos espera la Base Gabriel de Castilla, nuestro hogar. Menú del día: fideuá y rabo de toro. Pueden sacar los pies de los cubitos de hielo y secar las zapatillas. Los vikings endulzados cuelgan de las perchas; mañana harán otra ronda, y otra, y otra más: se llaman “series temporales de datos”. Las misiones antárticas españolas llevan treinta años haciéndolas, acumulando conocimiento compartido: “Somos obreros de la investigación”, rubrica el veterano Amós de Gil.
Ya puede cerrar las ventanas del salón o la oficina, y volver a encender la calefacción; pero no gaste más de la cuenta: aquí estamos controlando su contribución al cambio climático.