* LA AVENTURA DE LA CIENCIA: El proyecto SENTINEL vigila la contaminación química de ecosistemas únicos en el planeta.
@ValentínCarrera, especial para Efe Verde.
¿Está usted dispuesto a vivir sin contaminantes químicos? Posiblemente usted, a título personal, sí, aunque tendría que renunciar a un cierto estilo de vida, pero seguro que los fabricantes de “cosas” (desde ropa a móviles) y la industria química no están tan dispuestos.
¿Qué son los COP y por qué habría de renunciar usted a seguir seguir expuesto a estos contaminantes nocivos? Me lo cuenta en Isla Decepción, ante el amplio ventanal de la Base Gabriel de Castilla, desde el que se domina Bahía Foster, el joven Doctor José Luis Roscales, y me lo transmite con brillo intenso en la mirada, con convicción, con pasión científica y ecológica.
El mundo desarrollado en el que vivimos ha sintetizado más de 100.000 sustancias químicas, algunas de ellas peligrosas para el medio ambiente y la salud. Los COP, Contaminantes Orgánicos Persistentes, son la élite de los contaminantes químicos, una auténtica amenaza latente, global. Sustancias como el DDT y otros pesticidas, o como los llamados PBDEs (siglas en inglés), retardantes de llama bromados, empleados en los circuitos de móviles y ordenadores; o compuestos fluorados aplicados por los fabricantes a miles de productos; por ejemplo, para dotar a la ropa de montaña de repelencia al agua. Mire bien lo que compra la próxima vez que vaya a Triatlón: podría ser usted un senderista amante de la Naturaleza y andar liberando COP por los parques naturales de medio mundo…
La cuestión —me explica Jose Roscales— es que los COP se caracterizan por: a) gran persistencia en el medio; b) alta toxicidad para el hombre y la fauna, pueden ser cancerígenos y capaces de imitar nuestras hormonas (disrupción endocrina); c) son acumulativos: una vez que entran en la cadena trófica se acumulan en los organismos que las forman, y arriba de casi todas ellas, se sitúa el ser humano; e) podemos encontrarlos de polo a polo ya que se transportan a larga distancia desde sus fuentes viajando por aire y agua y pasando con facilidad de un medio a otro. Ahora entenderán ustedes mejor la amenaza global latente.
Desde el naturalista Humboldt, el primero que observó el cambio climático global, sabemos que todo en la Naturaleza, en el Planeta, está relacionado. Cada vez que mi vecino masacra con pesticidas las malas hierbas (lo que él considera “malas hierbas”, otro concepto a revisar: mi amiga Marga Camba se las come, y son muy nutritivas), envía una dosis a la Antártida. Sí, a 14.000 kms. de distancia.
“La Antártida —dice Roscales— es un lienzo en blanco. Hay evidencias de que algunos COP se están acumulando preferentemente en las regiones polares, debido a la «condensación fría»: a causa de las bajas temperaturas, los contaminantes quedan atrapados en los polos, sin posibilidad de revolatilización”. Aunque se ha detectado contaminación de COP a través de la presencia humana directa (científicos, turistas), “la principal vía de entrada de COPs a la Antártida es el transporte a larga distancia”. Mi ordenador, su móvil, la máquina de sulfatar de mi vecino y los miles de aviones que fumigan masivamente los campos en medio mundo.
La Antártida es uno de los sumideros donde puede acabar toda esta basura letal y esto es lo que están investigando los científicos del equipo SENTINEL, centinelas del medio ambiente en la Antártida; y puesto que todo está relacionado, en el planeta. Forman el proyecto SENTINEL investigadores del CSIC en institutos de Barcelona (IDAEA) y Madrid (IQOG): los IPs Jordi Dachs Marginet y Begoña Jiménez Luque, con mando remoto desde el laboratorio; y los tres desplazados en esta campaña 2016/17 a Isla Decepción: Elena Cerro Gálvez, Mariana Pizarro y mi introductor en la materia, José Luis Roscales, tres promesas de la investigación que lo están dando todo en la Base Gabriel de Castilla, con un entusiasmo contagioso.
Su trabajo consiste en tomar muestras de aire, agua, plancton, suelos, sedimentos, nieve, lluvia, vegetación… como auténticos detectives de un imaginario CSI antártico, Elena, Mariana y José Luis no dejan nada sin inspeccionar. Han instalado captadores de aire de alto volumen (más de 20.000 m3 de aire procesados en la toma de muestras). Han colocado también captadores de aire pasivos, incluyendo el interior del módulo de vida de la Base. Toman muestras de agua dulce en lagos como el cráter Lake o el lago Irizar; y a pie de lago, sumergiendo membranas semipermeables que adsorben los contaminantes. El estudio incluye muestras de agua marina y plancton, con las zodiacs de la Base; de suelo, sedimentos, nieve; de invertebrados marinos (estrellas y erizos, principalmente), recogidos por los buceadores del proyecto DISTANTCOM de Conxita Ávila; y por último, de guano y huevos infértiles de pingüino, recolectados por el equipo de Andrés Barbosa del proyecto PINGUCLIM. Conviene subrayar, como muy valiosa, esta colaboración habitual entre equipos y proyectos presentes en la Antártida, que genera a todos sinergias muy fructíferas.
Pueden imaginar los lectores el volumen de material muestreado, por tierra, mar y aire —los detectives de SENTINEL aspiran hasta el interior de los iglús—, muestras que habrán de ser analizadas luego en el laboratorio para rastrear COP, esos peligrosos delincuentes medioambientales.
La hipótesis de trabajo del equipo SENTINEL es que “La Antártida, y en especial la Península Antártica, pueden actuar como centinela de la contaminación global por sustancias químicas orgánicas. Por su condición de aislamiento, de lienzo en blanco, la Antártida es un escenario esencial para comprender el comportamiento de estos contaminantes a escala planetaria”.
La investigación durará tres años, con una segunda campaña en el verano austral 2017/18, centrada en la otra base española Juan Carlos I, en Isla Livingston: al finalizar, la comunidad científica habrá dado un paso más en el camino del conocimiento, aún muy escaso, de fenómenos recientes como esta contaminación global que Humboldt supo ver, pero jamás pudo imaginar el alcance demoledor que ha alcanzado en las últimas décadas.
Aunque los gobiernos y Estados expresan su preocupación firmando con una mano protocolos como el Tratado Antártico o el Convenio de Estocolmo [sobre salud humana y medio ambiente, ratificado por 150 países, incluida España en 2004], con la otra mano permiten los desafueros más calamitosos de la industria petroquímica, agrícola, electrónica o textil.
Precisamente en la industria textil, la empresa Ternua, colaboradora del proyecto SENTINEL, ha dado un paso en la dirección adecuada, asumiendo su responsabilidad social con la producción de ropa deportiva libre de contaminantes químicos tipo PFOA/PFOS o basada en materiales reciclados. Algunas de estas prendas más respetuosos con el medio ambiente forman parte de la equipación técnica de los investigadores de SENTINEL que trabajan en Decepción. Un ejemplo de compromiso ambiental digno de imitar por otros fabricantes.
Es de esperar que las conclusiones de SENTINEL ayuden a valorar mejor la eficacia de las medidas tomadas y, sobre todo, iluminen las zonas en sombra de esta contaminación global galopante atacando el origen del problema, allí donde esa contaminación se genera: en la fabricación, venta y consumo indiscriminado de productos que contienen contaminantes químicos. Productos tóxicos como mi móvil, el pesticida del vecino y el insecticida de la vecina, pero tal vez también ese plumífero y esas botas del senderista alegre. La belleza, singularidad y fragilidad del ecosistema de la Antártida interpela nuestro analfabetismo medioambiental y nos invita a una toma de conciencia y responsabilidad colectiva.