[Especial para EFE:Verde, por @ValentínCarrera, a bordo del Hespérides].

David_Caleta Cierva (110)Fue mi primera excursión a bordo del buque oceanográfico Hespérides y, desde luego, no podía soñar una bienvenida tan fantástica: Caleta Cierva. Después de dos meses en el honorable Sarmiento de Gamboa, cruzando el Atlántico, el Estrecho de Magallanes, el Canal Beagle y el Mar de Hoces, donde pirateaba Drake, y de quince días más conviviendo en la Base Gabriel de Castilla, todo eran impaciencias por subir al Hespérides. La acogida fue muy cordial, aunque sin tiempo apenas para las presentaciones: aún no desechas las maletas en mi nuevo apartamento con vistas al mar —Cubierta roja, camarote 15, a popa—, el Hespérides dejó la Bahía Foster y en pocas horas amanecimos en una cala irreal, rodeados de icebergs, por entre los que resoplaban las ballenas, en una mañana soleada, brillante, luminosa, con esa luz purísima de la Antártida: sin filtros. Amanecimos en Caleta Cierva.

David_Caleta Cierva (230)En esta XXX Expedición Española a la Antártida, los sismólogos de la Universidad de Granada, cuyo equipo dirige Javier Almendros, estudian la actividad sísmica en Isla Decepción y Estrecho de Bransfield, donde tienen colocados distintos sismómetros que detectan y registran el desplazamiento, la velocidad o la aceleración del suelo. Uno de estos sensores está en el propio Continente Antártico, al otro lado del estrecho, de modo que en cada campaña el Hespérides traslada a los investigadores a revisar el aparato, volcar los datos de los nueve meses de invernada y preparar la siguiente. Este año, los veteranos Enrique Carmona y Benito Martín acabaron la campaña antes, y la responsabilidad recayó en el joven físico Iván Fernández, de la Universidad de Río Negro, que resolvió la tarea, con ayuda del brigada David Salvador, con solvencia y sin perder la sonrisa. Con maestros generosos, como Enrique Carmona, el relevo está garantizado: los becarios de hoy serán los IP´s [Investigador Principal] del futuro. También en la Antártida, los jóvenes han venido para quedarse.

David_Caleta Cierva (58)Así pues, amanecimos en Caleta Cierva, extasiados ante un paisaje de Jules Verne: si sus personajes fueron capaces de viajar por el interior de un diamante hueco, aquí el interior de la gema se abría ante nosotros como una granada de dientes blancos, inmensos, navegando a la deriva, cubriendo toda la ensenada que se domina desde Cabo Spring.

Caleta Cierva —bautizada así por los ingleses en 1960, en homenaje al inventor español Juan de la Cierva— está al norte de la Península Antártica, esa mano tendida, cuyos dedos rotos quieren estrechar, al otro lado del Drake, los dedos también quebrados de Tierra del Fuego y Patagonia. Entre esta Península y las Islas Shetland, donde están las bases científicas españolas, discurre el Estrecho de Bransfield: toda la zona es un rif volcánico bajo el que arde un gigantesco río de lava a más de 1000º. Disponer de un buque oceanográfico de alta gama, como el Hespérides, para colocar un sismógrafo en Cabo Spring, es como ir a comprar el periódico en un Ferrari; pero allí estábamos los tres expedicionarios, tomando el sol en la borda, en compañía de los marineros y marineras que, francos de servicio, aprovechaban para hacerse fotos y saludar a las ballenas.

—¡Le cuestas una pasta al Estado español, solo para poner tu sismógrafo! —bromeé con Iván, cuya juventud me recuerda a mí mismo en estos mares hace treinta años.

—Recuerda lo que nos dijo don Manuel Catalán en la reunión de Madrid: “Nuestro primer y único objetivo es la Ciencia” —repuso el becario precario, y sin oír más, saltó a las rocas de Cabo Spring, con ayuda de David, con sus baterías y cajas de instrumental.

Como es una zona de especial protección, los demás entretuvimos la espera paseando en la zodiac por entre los icebergs, fotografiando pingüinos de Adelia en la ladera del cabo, o contemplando el espectáculo de luz y sonido del mar en la rompiente de los glaciares, allá donde forman cuevas de un intenso azul translúcido. Ninguna película puede superar en efectos especiales este campo de diamantes que humanizan el paisaje: guiños, besos y abrazos cristalizados en formas caprichosas, geométricas o humanas, redondamente dulces, o afiladas como campanarios góticos. Me pareció ver, en un castillo de hielo, las agujas de la catedral de León y unas cuantas almenas templarias.

El viaje acabó donde había comenzado: los sismógrafos quedaron funcionando, Iván y David regresaron con la misión científica cumplida, la zodiac, hábilmente gobernada por el veterano Santi, nos devolvió al Hespérides; brindamos con agua de glaciar por la Aventura de la Ciencia, y amanecimos de nuevo, un deja vu, en la Bahía Foster de Isla Decepción, de donde habíamos zarpado 24 h. antes.

Caleta Cierva, la nueva Ítaca antártica, nos había regalado la excursión más hermosa del viaje, y créanme que es difícil superar el alto listón; pero la Antártida se reinventa a sí misma cada mañana de modo implacable: ayer nos deslumbró con un éxtasis de luz cegadora; hoy nos envuelve un cielo gris perla que invita a la meditación contemplativa. Evocando a Blade Ranner: He visto cosas que vosotros jamás creeríais. He visto icebergs llorar nieve en Caleta Cierva. He visto sensores sísmicos en Cape Spring. Todos esos momentos se guardarán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Es hora de vivir”.

Reportaje gráfico cortesía de David Salvador Alcázar: