Día 22, sábado 26 de noviembre de 2016, San Alipio, 37º 21 S, 55º 56 W.
La vida a bordo coge ritmo de crucero: nadie recuerda una navegación tan plácida, y todos cruzamos los dedos para celebrar tranquilos el fin de semana y lo que venga. Leo en el blog Pañol Grande, de Mario Palacio, que el Sarmiento de Gamboa lleva diez años navegando sin un solo accidente ni incidente. «¡Que continúe así!», rubrica el capitán Pablo Fernández, el joven leonés que lleva el timón de la nave. Bromeamos durante la comida:
-Pues a mí me vendría bien un naufragio, aunque fuera pequeñito.
El grovense Toni Padín, con sorna galaica:
-Pues te dejamos ahí 24 h., con la duda de si volveremos o no a por ti.
He preferido seguir a bordo: el naufragio que quiero contarles es el del planeta llamado Tierra si esta especie depredadora que somos los humanos no corregimos el rumbo. He ocupado estos días en el estudio del cambio global, el cambio climático, el calentamiento y todo el impacto que nuestra desatada civilización y modo de vivir y consumir están produciendo, en este nuevo período geológico bautizado como Antropoceno. A medida que indago un poco en la complejidad del cambio global, tomo conciencia de hasta qué punto la Antártida es un valioso laboratorio, también global, al que estamos impacientes por llegar.
Primera conclusión provisional: no hay soluciones parciales. No puede salvarse el primer mundo y perecer de hambre el cuarto mundo. El cambio climático no distingue nivel de vida ni fronteras, pienso contemplando este esqueleto de ballena azul, fotografiado por Colón en 1986 en Isla Decepción, cuya orilla espero volver a pisar pronto de nuevo, si nuestro Gamboa sigue su derrota sin novedad, con este meneo sandunguero.