Especial para EFE:Verde, por @ValentínCarrera, a bordo del Sarmiento de Gamboa.

Las controvertidas fechas navideñas, que unos aman y otros odian, se tornan más sensibles cuando además de estar fuera de casa, estás realmente lejos, sin posibilidad de comunicarte, o muy remota, sumergido en alguna misión o trabajo que te retiene. Es el caso de miles de marineros, soldados, pero también médicas, estudiantes o camareros; miles de refugiados, expulsados de su país por la guerra o, más cercanos aun, miles de jóvenes y científicos españoles “exiliados” por el mundo. Para todos ellos la Navidad tiene una carga emocional compleja y sensible.

Entre los marineros e investigadoras errantes, nos encontramos un centenar largo de expedicionarios de la XXX Campaña Antártica, asentados ya en las bases científicas de las islas Livingston y Decepción, o a bordo de los buques Hespérides, que viaja hacia el Sur, y Sarmiento de Gamboa, que navega rumbo Norte hacia Ushuaia.

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Si no se tuerce la travesía del Paso Drake, pasaremos la Navidad fondeados en la bahía de Ushuaia. Será mi segunda Navidad en la Antártida, con el recuerdo imborrable y maravilloso de la primera, hace treinta años, en el Pescapuerta IV, con la Campaña 1986-87. También será la primera para los niños que vimos llegar a Isla Rey Jorge con sus juguetes y peluches, compartida con las familias que habitan de modo permanente la Villa Las Estrellas, la población más austral del planeta. Otros, como los tres naturalistas de nuestra expedición antártica, comerán el turrón acampados en Byers, en absoluta soledad.

Nada comparable a las navidades de los tiempos heroicos. En la época de los grandes navegantes, todos los barcos reservaban algo especial para estas fechas: así, el Challenger abrió su mejor güisqui escocés, en recuerdo de la Universidad de Edimburgo, y vino de Madeira con pasas, mientras la banda del barco tocaba El rosbif de la vieja Inglaterra.

Darwin pasó la última Navidad del Beagle en Nueva Zelanda, en una isla de caníbales, casi al cuarto año de haber salido de Inglaterra; y Cook, en su segundo viaje, puso las corbetas al pairo, protegiendo bien el velamen, y anotó en la Bitácora: “No vaya a sorprenderme un vendaval con la tripulación bebida”.

El Antártico de Nordenskjöld y Larsen celebró su primera pascua polar en 1904 “con suave brisa y bajo un cielo sereno. El salón estaba ricamente adornado con banderas, luces y faroles de colores, y nuestras más selectas provisiones de dulces, frutas, cigarros y bebidas estaban sobre la mesa de la cámara. En vez de regalos de Navidad, improvisamos una lotería con numerosos premios. A media noche se sirvió la comida, la cual, según vieja costumbre de nuestro país, consistió en pez palo y arroz con leche”.

Más dramática fue la Navidad de 1872 a bordo del Admiral Tegetthoff, la goleta de Weyprecht y Payer atrapada para siempre en la banquisa ártica y más atrapados aun por el escorbuto. El relato que hace Ransmayr de aquel cautiverio blanco estremece: “Un frío que congela las mantas de lana contra paredes de camarote cubiertas de capas de hielo del grosor de un brazo; los ahogos de las enfermedades del pulmón; congelaciones en todos los miembros cuyas fatales consecuencias solo puede evitar el médico del barco con el tormento de la amputación; excrecencias escorbúticas de las encías que mutuamente se cortan con tijeras, y cauterizan las heridas con ácido clorhídrico; las alucinaciones, por fin, y la desesperación”.

Aun así, los moribundos expedicionarios sacaron fuerzas de flaqueza para celebrar la Navidad: “El 24 de diciembre, el hielo no respeta esa noche, vuelve a crujir la madera del Tegetthoff bajo la presión, abren las cajas con los regalos: seis botellas de coñac, dos botellas de champán, tabaco, cien cigarros, pastas, naipes, todo empaquetado en hojas de aleluyas muniquesas, la fotografía de un árbol de Navidad y seis figuras femeninas de porcelana; bailarinas, brazos delicados alzados en una pirueta, de color rosa los muslos vidriados, la boca roja oscuro… ¿Hablan mucho de mujeres? ¿O sienten a veces deseos de apoyarse los unos en los otros o de abrazarse? En los países de donde vienen se castiga duramente esa clase de amor. ¿Pero qué leyes rigen en el hielo?”

¿Qué leyes rigen hoy nuestros deseos de querernos y de romper las barreras de hielo humanas? Un buen motivo para reflexionar esta Nochebuena, al regreso de la Misa del Gallo, que en la Antártida ha de ser Misa del Pingüino. Felices fiestas.