Día 67, martes 10 de enero de 2017, San Patronio. Isla Decepción.

Los protocolos que desarrollan el Tratado Antártico son muy estrictos en materia de política medioambiental [en vigor el Protocolo de Madrid, 1991]. Esa «conciencia internacional» que representa el Tratado pretende conseguir que la actividad humana en la Antártida produzca el impacto mínimo. Esto significa una práctica estricta de reciclaje, eliminación de residuos y basuras, y vigilancia medioambiental, sujeta a auditorías internacionales de terceros países.

Las bases españolas son abanderadas de estas buenas prácticas, que, más allá de ser imprescindibles en la Antártida, tampoco nos vendrían mal en los montes, ríos, mares, pueblos y ciudades de nuestra ibérica península, y en todos los rincones del planeta. El objetivo es Contaminación Cero.

La Base Gabriel de Castilla, en Isla Decepción, donde me encuentro, tiene acreditada su calidad medioambiental desde 2010 [norma ISO 14001, certificada por AENOR], gracias a la conciencia ecológica de toda la dotación, desde el primero al último de los soldados del Ejército de Tierra, de los científicos e investigadoras que permanecen aquí largas estancias; y gracias a la preocupación constante del comandante Daniel Vélez y del responsable medioambiental, el teniente J. C. S. L., veterinario, el más joven de los expedicionarios [síganlo en Twitter: @S_dLucas].

El proceso se inició meses atrás, con un estudio de impacto medioambiental, que incluyó una propuesta del joven veterinario para construir un Punto Limpio, aprobado por el Comité Polar Español y construido en tiempo record por los manitas de la base, al comienzo de esta campaña. Las buenas prácticas, sin embargo, empiezan por acarrear a la Antártida la mínima cantidad de bolsas, papeles, aceites, pilas o todo lo que pueda dejar huella. Nadie usa aquí su champú favorito, sino el facilitado por la base, testado ecológicamente. No se tira el agua, ni la comida; en las salidas a la pingüinera, o a los puntos de observación, las urgencias mayores y menores se recogen en bolsas para su tratamiento en el Punto Limpio.

Todos los días se controla la calidad de las aguas que se envían depuradas a la bahía Foster, tras pasar por una fosa séptica con degradación microbiana. Detectores de gases miden todas las emisiones a la atmósfera, ya sea del grupo electrógeno, chimeneas, máquinas o calderas. También se controla y evalúa el consumo de recursos (agua, combustible) y la eventual contaminación del suelo por hidrocarburos. En definitiva, hay en toda la base una alta sensibilidad medioambiental, una conciencia ecológica responsable, modélica, que debiera ser imitada por los ciudadanos y las autoridades de otros puntos del planeta.

No se trata solo de que en la Base Gabriel de Castilla tengamos un nuevo y flamante Punto Limpio: queremos que toda la Isla Decepción, la Antártida entera, sea un punto limpio. Y si tomamos buena nota y nos empeñamos de una vez por todas, mi pueblo y el suyo, y el de todos.