Día 27, jueves 1 de diciembre de 2016, San Próculo, 52º 27 S, 69º 50 W.

Hoy ha sido una singladura extraordinaria, sin duda la más emocionante desde que partimos de Vigo: durante 26 días hemos cruzado el Atlántico embelesados con amaneceres de plata y atardeceres de oro, con peces voladores, cogiendo el ritmo de la vida a bordo, celebrando el Bautismo del Mar, al paso del ecuador, o haciéndome un hueco en el corazón inmenso de la tripulación del Gamboa.

Pero hoy, desde primera hora, ha sido distinto: al doblar el Cabo Vírgenes, dejamos el rumbo Sur y el barco puso proa hacia el Oeste, como buscaban en el siglo XVI todos los navegantes antes de encontrar el Pacífico, curioso nombre para un mar tempestuoso. Fue así como Magallanes encontró el paso que hemos surcado hoy, la proa enfilada a Poniente y el sol naciendo por la popa.

Mientras contemplaba los duros acantilados del Estrecho, secos, estériles, sin un solo árbol ni apenas vegetación, traté de imaginar qué pasaría hace 500 años por las mentes de aquellos marineros rudos, analfabetos, hambrientos y desesperados. ¿Qué aventura les ofrecía la vida y qué vida y familias dejaban atrás para aventurarse en esta antesala de la Terra Australis?

He disfrutado cada momento de la travesía del Estrecho, que les contaré con detalle en la próxima crónica, saboreando el paisaje y las maniobras indicadas por el Práctico para llevar el Sarmiento de Gamboa a buen puerto, que no estaba fácil. Al final, para vencer un viento de más de 30 nudos que alejaba el casco del muelle, el Pelícano nos dió un par de besos en la proa, y nos dejó amarrados a la bita 4.