Día 42, viernes 16 de diciembre de 2016, Santa Albina, Bahía Almirantazgo.

El tiempo ha empeorado súbitamente y, por primera vez desde nuestra llegada, la navegación fue por momentos angustiosa. Para ser exactos, en la Antártida todo cambia de repente y en cuestión de minutos. En una de las prácticas previas al viaje, a la pregunta “¿Qué debes llevar en la mochila para salir de la base?”, la respuesta fue: “Vete preparado como si fueras a pasar el peor día de tu vida”. En realidad, deberíamos vivir con esa consigna: estar siempre preparados para el peor y para el mejor día de nuestras vidas. “Con la maleta hecha”, dice mi madre. “Baraja las cartas la mano de dios”, decía el mago René Lavand.

Aquí la mano divina baraja harapos de niebla. Es habitual que un día soleado se convierta en visibilidad cero en cinco minutos. Y eso fue lo que nos pasó en el último trayecto desde Isla Livingston a Rey Jorge: una niebla tan densa que daban ganas de abrirla con las manos o cortarla con unas gigantescas tijeras. El barco navegó despacio, con máxima prudencia, las pocas millas que separan ambas islas, haciendo sonar la bocina cada pocos minutos. Y sí, amigos y amigas, la navegación es angustiosa, porque al riesgo, aquí poco probable, de encontrar otro barco, se une el peligro grande de chocar contra algún iceberg, que hay muchos, invisibles, acechando la proa.

161216_tomando-te-buenaLa proa del Sarmiento de Gamboa, convertido este año en buque insignia para abrir las bases españolas en la Antártida. Ya operan a pleno rendimiento la base Livingston y el campamento internacional Byers, y en pocos días estará en marcha la base Gabriel de Castilla. El mal tiempo retiene desde hace cuatro días en Punta Arenas a los expedicionarios del Ejército de Tierra, a los que puede verse cada mañana entrenando, enérgicos y vigorosos, por el muelle del puerto más austral de Chile. Nosotros esperamos su vuelo anclados electrónicamente (Dynamic positioning, se llama el invento) en la bahía del Almirantazgo, donde visitamos alguna de las bases científicas. Hoy tocó la entrañable estación polaca Arctowski, donde nos agasajaron con té y tarta de chocolate, y visitamos otro faro del fin del mundo, diminuto y solitario, romántico, digno de Julio Verne. Mañana, si la niebla no lo impide, iremos a bailar capoeira a la base brasileña. La expedición, ciertamente, está llena de penalidades y peligros.

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