Día 64, sábado 7 de enero de 2017, San Crispín. Isla Decepción.

Ponemos en la olla agua de iceberg abundante. Le quitamos aburrimiento y mal rollo. Le ponemos entusiasmo. Le quitamos los tópicos rancios sobre el ejército. Le ponemos soldados del siglo XXI. Le bajamos la temperatura de fusión a punto de nieve. Vamos echando a la marmita un comandante de Zaragoza, un legionario de Melide que toca la gaita, otro mañico casado en El Bierzo, varios madrileños errantes, un médico primo de Astérix, un informático asturiano, un veterinario que come por dos. Removemos todo con el brazo metálico de la Merlo. Dejamos cocer a temperatura natural, 0º, en la caldera volcánica de Isla Decepción. Le quitamos tristezas y desánimo. Reciclamos todos los residuos. Incineramos ausencias y nostalgias en la chimenea del volcán.

A medida que cuaja el pote, le vamos añadiendo pasión por la Ciencia y la Naturaleza; de vez en cuando, escaldamos algún científico: un par de sismólogos granaínos, vulcanólogos gaditanos, pingüinólogos estofados con mate. Ponemos tres investigadoras a remojo y reservamos para la salsa.

Salpimentamos con polvo de piroclasto y añadimos una reducción de alioli con ADN de barbijo; dejamos reposar mientras dormimos la siesta. Agitamos todo el cóctel con un par de remos de la zodiac y la ayuda del equipo de élite Cobra; ponemos al periodista al baño maría en una fumarola. Dejamos que el guiso se haga suavemente, con cariño de abuela.

Para servirlo necesitaremos a dos hombretones con barba y mandil, las marías, una mesa compartida codo con codo, y una paella de cincuenta kilómetros de diámetro a la que vamos a llamar Isla Decepción. Sacamos a las investigadoras que habíamos dejado en remojo y las ponemos sobre el guiso, con delicadeza de hojaldre, y en medio plantamos al Excelentísimo Señor Presidente de la FAFI, federación internacional de futbolín antártico. Espolvoreamos azúcar de ventisca y unas lágrimas de felicidad caramelizadas.

No lo encontrarán en Maxim´s ni en ningún hotel de lujo: es, sencillamente, el menú del día de la Base Gabriel de Castilla. Es adictivo. Si lo prueban, querrán repetir.

[Foto: Amós de Gil]