
Día 26, miércoles 30 de noviembre de 2016, San Euprepes, 50º 48 S, 66º 52 W.
Cuando estamos a pocas horas de enfilar el Estrecho de Magallanes, el cuerpo (en su acepción más corporativa) me pide hablaros de Pigafetta. No del portugués Hernando de Magallanes, Capitán Mayor de la Armada, ni del vasco Juan Sebastián Elcano, que se reparten los méritos de haber dado la primera vuelta al mundo, no sin antes comer ratas asadas y descuartizar a alguno de sus propios oficiales amotinados. No.
Prefiero hablaros del modesto cronista que llevaban a bordo, el italiano Antonio Pigafetta: inscrito en el rol de la nao Trinidad como Antonio Lombardo, en la categoría de sobresalientes, entre criados y pajes del capitán. Si no hubiera sido por Pigafetta, no conoceríamos las gestas heroicas, y alguna que otra barrabasada, que hicieron Magallanes y Elcano. Su relato es tan fresco y verdadero que lo tomo como modelo y me produce envidia: no del hambre que pasaron, sino de cómo anota y recoge cada detalle.
La Relación de Pigafetta narra los tres años de circunnavegación y no escatima las intrigas y traiciones, las enfermedades, las penurias. Baste esta perla: «…completando nuestra alimentación los aros de cuero de buey que en el palo mayor protegían del roce a las jarcias; pieles más que endurecidas por el sol, la lluvia y el viento. Poniéndolas al remojo del mar cuatro o cinco días y después un poco sobre las brasas, se comían no mal; mejor que el serrín, que tampoco despreciábamos». Las ratas, un manjar, se vendían a bordo a medio ducado; con eso queda todo dicho.
Y con esta dieta cruzaron el Estrecho de Magallanes, el miércoles 28 de noviembre de 1520: tal día como hoy de hace 496 años. Mientras esperamos al práctico para cruzar el Estrecho, le he pedido a nuestros cocineros Paqui y Primi que pongan a remojo unas cinchas de cuero, que traemos trincando las motos de nieve, por averiguar qué gusto tienen.