Día 28, viernes 2 de diciembre de 2016, San Cromacio, Punta Arenas.

-¿Cómo andas de pichiqueiros? -desjarreta Toni Padín, camino del mercado de Punta Arenas, cercano al puerto, donde tenemos cita con unos ojos de diosa, una empanadilla de centollo y un par de cervezas Austral, made in Patagonia. Aquí todo es patagónico y austral, a gusto de viajeros y turistas; solo falta que aparezca Chatwin con su sombrero.
-¿Pichiqueiros?
-Sí, hombre, la moneda única que cotiza igual en todos los puertos del mundo. Cuando un marinero gallego llega a cualquier puerto no cambia en dólares, pesos, soles, rupias, dinares, yenes o dracmas. Cambian siempre en pichiqueiros. Una copa vale tantos pichiqueiros.

Cae la empanadilla de centollo, exquisita, caen un par de cervezas; y los ojos de diosa, atentos al lance, traen la cuenta:
-Son 4.000 pichiqueiros.

Le silbamos una de Amaral, «…estoy aquí, mi estrella fugaz, uhh… dónde andaras. ¿Por dónde andarás? Si me pides un deseo, dame por patria el mundo entero…», y nos vamos con las manos en los bolsillos a jurar amores eternos a Punta Arenas.

indigena-ptaarenas-600-¡Volveremos, Pichiqueiro! -exclamamos ante el indígena de bronce que se estira indolente en la plaza, ofreciendo a los visitantes el dedo gordo del pie derecho para que todos se lo besen. Limpio su uña reluciente con mi pañuelo de tela, bordado por mis queridas monjitas de clausura del Reloj, y beso la reliquia como un fetichista adora un tacón de aguja. En Florencia hay que tocarle el colmillo o el hocico a un jabalí también de bronce, Il Porcellino; beber en la fuente de las Ramblas en Barcelona o echar una moneda en la Fontana de Trevi para volver a Roma. Besos, monedas, mantos, mantras para el regreso: ritos universales, pichiqueiros.

¡Volveremos a Punta Arenas, aunque solo fuera por el choripán, las empanadillas de centolla, la cerveza Hernando de Magallanes, y tus ojos de diosa!