Día 87, lunes 30 de enero de 2017, San Barsén. Lon 62º 41 S. Lat. 61º 04 W. A bordo del Hespérides.
En el episodio El cautivo, novela corta intercalada en El Quijote, Cervantes, en un desliz que podría ser autobiográfico, hace decir al protagonista, después de un largo y penoso viaje, cito de memoria: “Quiero llegar a casa a tiempo de volver a abrazar a mi anciano padre”.
El cautivo había salido de la casa familiar varios años antes y su desventura, que recuerda la del propio Cervantes, prisionero en Argel, le ha llevado muy lejos de sus seres queridos, a los que ya había descartado volver a ver. Me vino a la mente este episodio cervantino conversando en el Cráter Lake con el meteorólogo Javier Sáenz de las Heras: por completo desconocido para mí hasta aquella tarde, las confidencias nos hermanaron en un abrazo fraterno ante la belleza inalcanzable del Cráter Lake.
Muy cerca, en la misma Isla Decepción, está el Cráter Soto, cuyo nombre es un homenaje al investigador Rafael Soto Fernández, gaditano, uno de los pioneros en la historia antártica española. Observador Astrónomo de la Armada, destinado en el Real Observatorio de la Armada de San Fernando, Rafael Soto participó en las campañas 1988-89, 1989-90 y 1990-91, cuando las condiciones de vida y trabajo no eran ni por asomo tan buenas como las actuales. Su última expedición antártica fue la 2001-2002 y, durante esta campaña, el 30 de enero, cumplió su sueño de jubilarse en la Antártida, lujo que a mí también me gustaría, cuando llegue el momento.
Además de aportar su trabajo en la época heroica, Rafael ha aportado este año a la XXX Campaña a una persona entrañable, muy querida de todos nosotros: su hija Mirenchu Soto Mellado, y a su no menos entrañable Scott, el geólogo Amós de Gil, “obrero de la investigación”.
Antes de despedirse de la isla, Mirenchu y Amós subieron a abrazarse emocionados ante el Cráter Soto, pensando en volver pronto a casa, a abrazar a su padre, que hoy cumple 80 espléndidos años. También yo quiero, como Mirenchu y como el Cautivo, volver a casa a tiempo de abrazar al mío, a quien he dedicado este largo viaje; y contarle que en la Antártida aprendemos a mirar de cerca a la vida y a la muerte, a sonreír y a llorar juntos; y son esas lágrimas nuestras de cariño y felicidad por nuestros padres, como las de Javier, las de Amós y las de Mirenchu, y las mías, las que van llenando el fondo del lago.