Día 97, jueves 9 de febrero de 2017, Santa Apolonia, Drake Passage / Mar de Hoces.

Tenemos necesidad de escuchar a los animales: nos hablan continuamente; otra cosa es que no entendamos su idioma, su lenguaje corporal y su expresividad. Hay una tradición literaria que intenta acercarnos su discurso, darles la palabra: el coloquio de los perros, o el lenguaje secreto de los pájaros en la poesía persa.

Más cercano, el novelista Ramón J. Sender imaginó una rebelión y una guerra entre pingüinos en su entretenida obra Orestíada de los pingüinos. El emperador Orestes se enfrenta a los pingüinos adelias, artistas y poetas. Antes de la batalla, los pingüinos se reúnen en el aerópago y discuten en asamblea. Orestes sigue al ídolo de los pingüinos, Charlot, al que convierten en profeta de la religión pingüina, y cuando muere, secuestran su cadáver en Suiza y lo llevan a la Antártida. La novela es un completo disparate literario, pero Sender consigue dar voz a los pingüinos: “Hablan como todas las especies. El de ellos es un idioma de cierta monotonía, pero más monótono es el sonido del telégrafo morse. Los peces tienen un morse más complicado que el nuestro, y las ballenas y los delfines hablan también de un modo parecido a los pingüinos”.

También los lobos marinos tienen su idioma. La semana pasada, las vulcanólogas Belén Rosado y Águeda Vázquez, de la Universidad de Cádiz (que han dado el relevo a Amós de Gil y Mirentxu Soto), se desplazaron a Caleta Balleneros para revisar uno de sus sensores sísmicos. Y se encontraron con esta sorpresa: una conferencia de lobos marinos, conversando en torno al vértice de la red REGID. Tras unas arduas negociaciones, consiguieron revisar el sensor y dejar que los lobos marinos siguieran discutiendo animadamente.