Día 124, miércoles 8 de marzo de 2017, san Apolonio, Bahía Foster, Isla Decepción.
Al atardecer, la mar se quedó en calma. A bordo del Hespérides, el alférez de navío David León bromeaba, con acento gaditano, con el improvisado patrón de la zodiac, el contramaestre Antonio Orcero: «¿Habéis visto con qué suavidad lleva la zodiac, que según va pasando sobre el mar, lo va planchando?».
Regresábamos, mitad tristes, mitad alegres, del cierre de la Base Gabriel de Castilla y todos los elementos se habían conjurado para consagrar una despedida serena, como los corazones de los soldados del Ejército de Tierra, con los ojos acuosos, a punto de saltar las lágrimas, excepto el sargento Paco Jiménez que, desde que llegamos, no hacía más que llorar y abrazarnos, abrazarnos y llorar. Así son las despedidas en la Antártida: os lo cuento en la distancia, porque sé que lo estáis viviendo como si estuvierais aquí, os lo cuento a todos los compañeros y compañeras que habéis pasado por la Base en esta campaña y en las anteriores. Así son las despedidas en Isla Decepción, cuya silueta contemplo por el ojo de buey, quizás por última vez en mi vida, mientras improviso estas líneas, también emocionado.
Los últimos días han sido muy fríos, con nieve y lluvia, con mucho trasiego de personas y mercancías para embarcar en el Hespérides a todos los científicos, con sus equipos, muestras y laboratorios rodantes; a la dotación de la Base, con su equipaje para cuatro meses; y además evacuar material, documentación, equipos de comunicación, residuos y basuras… Días fríos y mar incómoda; esta tarde, sin embargo, dejó de nevar y por entre las nubes el sol vino también a despedirnos; y la mar, siempre la mar amiga, temida y respetada, quiso acompañarnos y tendió entre el buque y la orilla una alfombra de plata por la que Orcero nos llevaba en la zodiac, y parecía que iba planchando. Algún lector dirá, ¡qué cosas se inventa el periodista!, pero los que estaban a bordo vieron como yo la estela plateada, y vimos también un león marino, juguetón y simpático, que se acercó a saludar: me pareció que también él estaba triste.
En tierra, un intenso silencio precedió a la breve ceremonia de arriar la bandera. El comandante Daniel Vélez -que ha dirigido una campaña ejemplar- pronunció la despedida, firmes las dos formaciones del Ejército y de la Armada, en posición de saludo a la bandera de España que ha estado ondeando en el mástil de Gabriel de Castilla desde diciembre, regalo del buque Sarmiento de Gamboa, que este año tuvo el honor de abrir las bases científicas y arrancar la campaña; y por cierto, lo hizo en tiempo récord, con solvencia y eficacia.
La bandera volverá ahora al Sarmiento, a navegar por esos mares de Dios, y el mástil de Isla Decepción aguantará solitario la larga invernada antártica: quizás vientos de 100 nudos y temperaturas de -50º. La base, con su flamante almacén nuevo, construido por los manitas del equipo COBRA, permanecerá dormida, como un dinosaurio rojigualdo, camuflado en el paisaje, sin miedo a los elementos, con el oído pegado a tierra, como un gigantesco sismógrafo, escuchando el latido del volcán. Del volcán Decepción, que este año ha respetado los trabajos de la XXX Expedición Científica Española a la Antártida, dejándose acariciar por nuestras pisadas, y ha soportado con paciencia a las investigadoras y científicos hurgando en sus tripas y en su piel muestras de macroalgas, de bentos, de briozoos, caquitas de pingüinos, colémbolos y tardígrados. Nos quedó pendiente este año ir a darnos un chapuzón en la caleta Fumarolas, donde el agua hirviente del volcán se mezcla con el agua helada de la bahía, pero en el viaje de vuelta no hubo manera de convencer al patrón Antonio de que desviase el rumbo. Tan entretenido estaba en dejar la lámina de plata limpia y recién planchada, como la Base y el resto de la Isla. La Isla Decepción, y la Base Gabriel de Castilla, que ya duermen bajo la nieve, esperando nuestro regreso el próximo verano austral, si el volcán no se enfada.