Día 23, domingo 27 de noviembre de 2016, San Desiderio, 40º 22 S, 59º 26 W.
Entramos en los rugientes 40: la franja terrestre entre los paralelos 40ºS y 50ºS se conoce entre los marineros como «los rugientes». Luego vendrán, los 50ºS furiosos o aulladores y los 60ªS estridentes o bramadores. Pero en esta derrota la mar apenas ha rugido, como una gata dormilona molestada por algún ruido. Que siga así.
No hemos visto muchas aves marinas: media docena de garcetas emigrantes, ¿de dónde vienen, a dónde van?, que hicieron escala en la popa un par de días, recobraron fuerzas con unas migas de pan que les echó el capitán, acogedor, y un amanecer habían desaparecido. Enigmas de la mar, incansable.
Desde que navegamos a sesenta millas de la costa argentina, entre Río de la Plata y Puerto Deseado, nos sigue también incansable un cortejo de petreles, admirables por su vuelo, esto sí que es ergonomía y aprovechamiento de la energía, diseño divino para los creyentes, la perfección evolutiva, diría Darwin. Supongo que la NASA habrá copiado más de un detalle del vuelo de los petreles. Desafían las corrientes de viento, se elevan sin esfuerzo, se dejan llevar, y de pronto caen describiendo un amplio círculo y planean sobre la lámina marina, ayer encrespada y rugosa, hoy tranquila. Parece que van a estrellarse contra el agua, que ni siquiera rozan, ni les salpica, si ellos no quieren posarse, y ya vuelven a estar en la popa del Sarmiento de Gamboa, entreteniendo nuestro viaje, compañeros de fatigas. Me recordaron a Juan Salvador Gaviota, una fábula de trasfondo religioso, casi una homilía, sobre la superación personal y cómo perder el miedo a volar. Hoy, contemplando a los petreles, recuerdo un pensamiento de aquel libro, que leí en la adolescencia: «La única ley es la que guía a la libertad».