Día 103, miércoles 15 de febrero de 2017, Estrecho de Gerlache.
Esta semana se cumplen doscientos ocho años del nacimiento de Charles Darwin (12 febrero 1809).
Con apenas 22 años, dió la vuelta al mundo a bordo del Beagle, en un extraordinario viaje de cinco años, en el que Darwin aprendió a leer la Naturaleza como un libro abierto. Este viaje y la observación de la Tierra cambiaron su cosmovisión radicalmente: fue en Patagonia y en las Islas Galápagos donde el insigne naturalista concibió por vez primera su teoría de la evolución y llegó al convencimiento científico de que el Mundo no había sido creado en siete días, como explica el Génesis…
A su regreso a Inglaterra, Charles se enfrentó a todos los poderes establecidos y tardó veinte años en publicar su Teoría de la Evolución. Le costó los reproches de su esposa, creyente; la acusación de traición del capitán del Beagle, Fitz Roy, creyente y puritano; y los insultos y ridiculización de buena parte de la sociedad inglesa de la época. Poner en duda nada menos que la Sagrada Biblia, en 1838, y aún en la actualidad, era una osadía imperdonable.
Sin embargo, sin ánimo de ofender a nadie, con exquisito respeto a las creencias de los demás, también a las de su esposa y a las del capitán Fitz Roy, con quien fue extremadamente considerado, Charles Darwin dedicó su tiempo y su extraordinaria inteligencia a observar, comparar, razonar, a fundamentar cada evidencia de modo irrebatible, estableciendo un antes y un después en el pensamiento científico.
Durante esta XXX Expedición Científica Española a la Antártida, he tenido el inmenso placer de encontrarme con Darwin en varias ocasiones: cruzando el Canal Beagle, oteando los montes Darwin en los Canales Fueguinos, interrogando fósiles de Laurlioxylon antarcticum [54 millones de años] en Isla Rey Jorge, descubriendo Tierra del Fuego o leyendo su obra apasionante en mi confortable camarote del Hespérides. Nuestro último encuentro fue la semana pasada en Punta Arenas: yo cenaba en buena compañía, con Darwin y con el comandante del Hespérides, Aurelio F. Dapena, en una casa de comidas tradicional, y una joven pianista tocaba para nosotros. Me pareció sentir entre sus dedos las notas de la Teoría de la Evolución.