Día 72, domingo 15 de enero de 2017, San Efisio. Isla Decepción.
Hola, familias agobiadas por la cuesta de enero. ¿Tenéis en casa un ni-ni adolescente? Nos lo mandáis quince días a la Antártida, y ya veréis qué pronto se le pasa la tontería. Os hablo de un lugar donde todo es paz, pero no hay un minuto de sosiego; donde se trabaja sin tregua y sin una mala palabra. Os hablo, desde el corazón del volcán, de la Base Gabriel de Castilla, la misión antártica del Ejército de Tierra, uno de los pulmones del programa antártico español.
Un programa científico que este año ha batido todos los records. Nos lo avisaron en las reuniones preparatorias los responsables del Comité Polar Español: “Es la campaña más larga, compleja y ambiciosa de todas las realizadas hasta ahora”. Alguien añadió: “Tienes suerte: vas a ver de todo”.
La profecía se está cumpliendo: la vida —“Baraja las cartas la mano de Dios”, decía René Lavand—, me ha puesto en primera línea para cumplir mi divisa: “Viajar para ver, ver para comprender, comprender para compartir”.
Ver, comprender y compartir esta Aventura de la Ciencia que durará cinco meses, desde noviembre pasado hasta finales de marzo de 2017, de modo que esta semana cruzamos el ecuador. Han sido setenta días viajando por una montaña rusa de sensaciones y emociones, los siete picos del volcán Decepción, subiendo y bajando en la noria emocional, con visión panorámica en vivo de pingüinos, focas y ballenas, bebiendo agua de iceberg, tocando la piel del volcán, sintiendo la caricia de la nieve en la cara, o la herida del viento cuando se enfada.
El balance de estos días es formidable: la navegación desde Vigo a Tierra del Fuego, a bordo del buque oceanográfico Sarmiento de Gamboa, cuya dotación entrañable fue mi familia durante dos meses, incluyendo una Nochebuena inolvidable, en la que hubo regalos navideños para todos. Magia polar. Con ellos surqué dos veces el Estrecho de Magallanes, con la misma emoción que Juan Sebastián Elcano encaramado a la cofia de La Trinidad. Vinieron luego días de risas y rosas, y cerveza roja, en Punta Arenas. Cruzamos el Paso Drake, o Mar de Hoces si lo prefieren, aunque el desventurado Francisco de Hoces (1525), más que descubrir este paso, se perdió en el Cabo de Hornos y anduvo capeando tormentas hasta que logró volver al continente.
En estos meses he cruzado cuatro veces el Drake, y las cuatro con buen tiempo, la mar en calma y óptima visibilidad. En el primer viaje, transportamos a Livingston y Decepción una voluminosa carga (víveres, equipos técnicos y materiales de construcción), y el personal de apertura de las dos bases científicas. Luego regresamos por el Canal Beagle a Tierra de Fuego, haciendo escala en la ciudad del fin del mundo, Ushuaia, donde visité turberas, presas de castores y valles de oxígeno puro como el Lago Esmeralda o Bahía Lapataia. A su belleza natural se une el factor Darwin, quien concibió aquí la Teoría de la Evolución, y eso confiere a Tierra del Fuego un peso específico en la historia de Humanidad, que transita del estado gaseoso de las emociones al estado líquido de la Naturaleza glaciar, para acabar en el estado sólido del Saber y la Ciencia.
En estas semanas visité también Isla Rey Jorge y las bases chilena, rusa y coreana; Villa Las Estrellas, la ciudad más austral; cruzamos de nuevo el Drake, con más investigadores, soldados, montadores, y más carga para acabar la nueva Base Juan Carlos I; y para instalar una nave almacén en Decepción, donde los especialistas del Equipo Cobra clavan puntales, tiran cordeles, trazan la planta de la nave sobre el escurridizo suelo de piroclasto, o clavan piquetas en un suelo más duro que el acero: el permafrost congelado. Es el trabajo de cada día: hacer que las bases funcionen como un reloj y que los equipos de científicos puedan hacer su trabajo, primer objetivo de esta intensa campaña.
Una vez pasado el ecuador, comienza la segunda fase, la más dura: los días blancos empiezan a ser más cortos, y las noches más largas; y lo que es peor, más frías. Estamos rolando de verano a otoño. Esta semana llegan nuevos grupos de investigadores y las bases, ya saturadas, se desbordan. El iglú donde habito (encogido, para no dar con la cabeza en el techo, y con cinco mantas) lo compartimos fraternalmente cuatro pingüinos. No hay protesta posible: nos adaptamos conscientes del privilegio de vivir en un iglú, en Isla Decepción, escuchando la respiración de los Fuelles de Neptuno.
Y esta semana, por fin, entra en acción el buque oceanográfico Hespérides, de la Armada Española, con nuevos refuerzos, más materiales, y más proyectos de investigación: largas singladuras por la proa, incluyendo la costa del continente: y el Estrecho de Bransfield, el Estrecho de Gerlache, Caleta Cierva… acogido a la hospitalidad de los marinos españoles, dignos herederos de Hoces, Elcano, Sarmiento de Gamboa, Gabriel de Castilla, Malaspina o Gravina.
Nos esperan dos meses más escuchando y tratando de comprender cada día un nuevo aspecto del quehacer científico, complejo, inmenso: el estudio del PERMASNOV y la evolución térmica de los suelos congelados; el proyecto ALIENANT, sobre la presencia de especies no nativas en zonas antárticas; el estudio de los glaciares, de la actividad geomagnética e ionosférica, de la meteorología; pruebas del satélite europeo Galileo, series temporales geodésicas, geotérmicas y oceanográficas; o, en fin, el estudio del parasitismo, la respuesta inmune y la conducta de los pingüinos buscando alimento. Son algunas de las misiones; la lista es inacabable: el cambio climático a través de las algas, buceadores en busca de muestras de ADN, paleomagnetismo… De paso, como quien no quiere la cosa, la base está construyendo los nuevos módulos y almacenes; acogiendo investigadores portugueses, chilenos, argentinos; apadrinando pingüinos en los centros escolares, eliminando residuos y basuras con un exigente protocolo de medio ambiente…, en resumen, la campaña polar más ambiciosa y potente de los últimos treinta años.
Este apretado balance provisional, al cruzar el ecuador, apenas resume una parte mínima de lo vivido, sentido, absorbido y, sobre todo, metabolizado. Sí, la Antártida en vena, bebida a sorbos; gozada en plenitud sabiendo que lo más duro de la campaña aún no ha comenzado. Padres que tenéis en casa ni-nis adolescentes: enviadlos quince días a la Base Gabriel de Castilla y veréis qué pronto se les pasa la tontería.
Y vosotros, jóvenes que tenéis en casa a padres y madres menores de edad mental, que no son capaces de emanciparse: mandadlos a la Antártida sin billete de vuelta.