Día 90, jueves 2 de febrero de 2017, lat. 54º S, Lon. 72º 01 W. San Cándido. A bordo del Hespérides.

El Hespérides —que tiene encomendada la XXX Expedición Científica Española a la Antártida— completó esta semana una primera ronda por las bases en las islas Livingston y Decepción, con paradas en Península Byers y Caleta Cierva, en el Estrecho de Gerlache, y se aproxima ahora al puerto chileno de Punta Arenas, donde nos aguardan unas cervezas de calafate, después de haber surcado el temible Mar de Hoces o Drake Passage.

Esta ha sido mi sexta travesía del Drake —el veterano marinero Santi lleva más de cien, “ya perdí la cuenta”—; y ha sido la más complicada porque en el tramo final el mar se encabritó y nos dio cera. “Olas de seis metros”, escribí en el grupo de wasap #HorizonteAntártida, y desde Cangas do Morrazo me respondió Colón: “Olas de ocho metros hoy en Galicia…”; de modo que no es para tanto.

La Antártida es siempre heroica y peligrosa, por sus temperaturas extremas, por los cambios bruscos de viento y mar, por la distancia para una evacuación o socorro, y por la épica que han sembrado durante siglos Magallanes, Elcano, Hoces, Gabriel de Castilla, Cook, Ross, Bellingshausen, Scott, Shackleton y todos cuantos nos han precedido. Pero, en el siglo XXI, la navegación y la vida en las bases son confortables y seguras, sin quitar a nuestro viaje un punto de belleza y de aventura.

Aun así, cruzar el Drake te pone el ancla de corbata; pero hay que pasarlo: es uno de los mares más peligrosos del planeta, la franja que abarca desde el Continente hasta la Península Antártica, más de 1.000 kms, decir estrecho sería impropio. La única parte del globo donde puedes circunnavegar el paralelo y solo encuentras mar. Los vientos dominantes del Noroeste son duros e inclementes, constantes; hasta hace poco los barcos debían arriesgarse a lo peor; ahora esperan una ventana meteorológica y el tránsito es más liviano; pero si te coge, como nos cogió ayer, te enteras del baile.

El barco amaneció con las sillas tiradas por los suelos y los camarotes desordenados; los cocineros no pudieron cocinar y hubo rancho de bocadillo, con manzana y helado de postre. Todo fueron daños menores, ni un rasguño, porque unas horas antes de comenzar la danza de las nueve olas, el barco recibió una orden que es en sí misma un verso, un poema, la expresión más afortunada acuñada por el castellano para describir el modo en que el Hespérides se deja mecer y sacudir por la mar, esa intensa relación amor/odio que desde los tiempos más antiguos rige las relaciones del hombre con los océanos: “Arranchado a son de mar…”.