Me escribe el director del periódico: “Esos animalículos de los que hablas, capaces de vivir en Marte, son muy interesantes; pero necesitamos historias humanas, háblanos de la gente y de sus vidas”. Me pide usted un reportaje imposible, señor director: durante cinco meses he compartido con ellos el pan y la disciplina, y la extraña oración que a la caída de la tarde recita el oficial de guardia desde el puente del Hespérides: “Señor, tú que haces la calma y la tempestad, ten de nosotros piedad…”.
¿Qué quieren que les cuente? Lo que pasa en las bases y en los barcos, se queda en la Antártida. Asuntos de familia. ¿Les cuento que he visto a marinos curtidos y a soldados de una sola pieza llorar como niños porque su hijo se va a divorciar y la nuera era “una hija más”? ¿Que nos abrazamos, piel con piel, porque somos mamíferos, elementales al tacto, y las distancias hacen mella en los corazones? “He dado más abrazos en estos tres meses que en toda mi vida”, nos dijo ayer el comandante Vélez. También yo he dicho “Te quiero” a mis padres e hijas más veces en tres meses que en treinta años.
¡Cómo nos cuesta decir te quiero y abrazarnos en la vida cotidiana! Por eso me habéis escuchado hablar aquí de analfabetismo emocional, y de cómo la Antártida abre los poros de la percepción: convergencia antártica emocional. No solo la Antártida, también ocurre en Irán y en el Valle del Silencio, en El Bierzo: basta con sintonizar la frecuencia en la que emiten la Naturaleza y las personas. La frecuencia de esta buena gente emite ondas protectoras y compasivas, solidarias y fraternales. Mucho que aprender.
Voy a necesitar años para metabolizar esta experiencia humana y todo lo que los investigadores me han ido enseñando, con paciencia didáctica, cada cual de su disciplina: Geología, Biología, Ecología… treinta proyectos de investigación apasionantes, ventanas abiertas a mundos nuevos, ni siquiera sospechados, micromundos fuera del ángulo de visión cotidiano. Vivimos realidades redundantes, cómodas, «la zona de confort»: el mismo sofá, la misma cadena de televisión, la misma serie cada martes y jueves; y así transcurren muchas vidas, girando en el vinilo de la rutina, olvidando que la vida real es lo que le ocurre a John Lennon en la Antártida mientras tanto. Lo que aquí ocurre, señor director, es un shock emocional más difícil de contar que las bromas del hidrólogo Manolo, que mantiene alegre y sano el buen humor del barco, como lo mantenía en la campaña de 1986/87, en el Pescapuerta IV, el geólogo del IEO Pedro Herranz, cuyos chistes me hacen reír treinta años después.
Puedo hablarles del veterano sargento Santi Muradas, de Marín, que va repartiendo bondad por los pasillos, y cuenta, a quien quiera oírla, la historia de cómo rescató en Caleta Balleneros al famoso actor Orlando Bloom que se ofreció a firmarle un autógrafo: “¿Y para qué quiero yo un autógrafo suyo? Mejor, una cerveza, si puede ser…”. Con cien Drakes a sus espaldas, cincuenta viajes antárticos, Santi cree que se acerca el momento de pasar página: “La familia…”, dice pensativo, buscando un punto de fuga. Las despedidas, siempre cuesta arriba.
Otros tienen claro que no volverán: uno, porque considera que en la Armada pierde dinero, “tengo un negocio y he de atenderlo”; otro, porque sabe que este viaje ha sido un regalo y el próximo año no toca. En todos nosotros se pinta la desesperanza del adiós, la nostalgia sobrevenida antes de tiempo: ¡Quietos paraos, que aún estamos en el Drake, y las retinas rebosan imágenes de pingüinos y ballenas!
Mientras surcamos la convergencia antártica —la zona donde la temperatura del mar pasa de 3º a 12º—, el comandante Vélez se afana en acabar el Informe de fin de campaña que debe remitir al Ejército de Tierra, rindiendo cuentas de su gestión. Yo le resumo el Informe, mi general: “Matrícula de honor cum laude para toda la dotación. A la orden, mi general”.
Para hablar del zaragozano Daniel Vélez hay que llevarse la mano al corazón. Para él fueron estas palabras del geólogo Amós, tomadas de las Reales Ordenanzas de las Fuerzas Armadas: «Como jefe más inmediato del soldado, se hará querer y respetar de él; no le disimulará jamás las faltas de subordinación; le infundirá amor al servicio y mucha exactitud en el desempeño de sus obligaciones; será firme en el mando, graciable en lo que pueda y será comedido en su actitud y palabras aun cuando sancione o reprenda.»
Así ha sido la misión del comandante Daniel Vélez en la Base Gabriel de Castilla: no hace falta que lea el Informe, mi general, fíese de mí. Estos chicos se merecen un ascenso. Sí, el teniente veterinario Sánchez de Lucas, también, que consiguió el certificado AENOR de calidad medioambiental; y los cocineros Sergio Hermosel y Álex Garrido, ascenso con risotto a las finas hierbas y libro de recetas antárticas. Doble ascenso al capitán reportero Manuel Montes y al asturiano Fernando Suárez, de Transmisiones, que hicieron posibles 80 videoconferencias, un récord; y al brigada fotógrafo David Salvador Hamilton, un artista de primera categoría; y al brujo, el doctor Fran Peñato, “a disposición”; y a Luis Lavilla, siempre discreto y amable; a Pedro Portillo, inasequible al desaliento; a Juanjo Calero, que se fue antes, pero dejó ganada la medalla electrógena para toda la campaña. Y no se olvide de enviar una cruz al mérito para el capitán de Intendencia, Juan Ramos, culpable de que nunca faltara un detalle; a Javier Mosteiro, el cacho de pan más duro de la Legión; y a Paco Jiménez, que no le cabe el corazón en la zodiac. ¡Ah, y a los cuatro Cobras, de los que ya he enviado (buenas) noticias a Vuecencia un par de veces!
¿Quiere, señor director, que cuente a nuestros lectores las historias de estos servidores de su país? ¿No ve usted que no es preciso? Son los hijos de su vecino, el sobrino de su hermana o el novio de su hija. Son el padre que lleva a los niños al cole cuando regresa de una misión en Afganistán, eso sí que es conciliación familiar. ¡Y ni siquiera se quejan cuando su país no les trata como debiera!, ya me entiende usted, director, en algunas cosas seguimos como en los tiempos de Trafalgar (1805), cuando los marinos y oficiales llevaban meses sin cobrar la soldada, porque en este país nuestro del Gran Capitán Rajoy se va demasiado dinero en “palas, picos y azadones”.
Buena gente. Comparto con afecto una escena íntima de estos «trece de la fama» (los que siguieron a Pizarro en el momento crítico), tomado del último Diario de Operaciones, de 7 de marzo, cierre de la Base Gabriel de Castilla: “Y llega el inevitable momento del cierre del módulo de vida. Son las 23:55 h y la cerradura gira demasiado fácil, quizá me hubiese gustado que nos diera algún problema para poder alargar un poco nuestra estancia. Nos damos un abrazo como si nunca más nos fuéramos a ver y embarcamos en las dos zodiac que esperan pacientemente en nuestra orilla. En la corta travesía hay silencio”.
Buena gente. Créame, señor director: los mejores, dignos para siempre de respeto en nuestra memoria. Como dice el lema de la XXX Campaña Antártica: “Si fuera fácil, vendrían otros”.
Hola soy la madre del legionario Javier Mosteiro. No pude evitar las lágrimas leyendo este artículo. Que grandes son todos y que sepan que tanto su padre como yo nos quedamos más tranquilos al ver los compañeros que llevaba. Ya que tuvimos el placer de conocerlos a todos en nuestra casa. Folladela.Melide. Un abrazo muy grande para todos y que tengan un feliz regreso. Un saludo.
Gracias, Chelo. Un saludo a toda la familia.