Había pensado en hablarles, en esta segunda crónica, del navegante pontevedrés don Pedro Sarmiento de Gamboa, personaje de primerísimo valor, enviado por Felipe II contra el corsario inglés Drake, autor de una minuciosa relación de viajes que siglos después conserva la frescura del relato, Viage al estrecho de Magallanes (1579) [Descargar], donde he leído estos días la historia de Madalena de Viqueza, desposada a la fuerza por un cacique araucano.
Pero me han llegado 23 mensajes de Chis Oliveira desde Vigo: “¿A quién le interesa Gamboa? El que quiera, que lo mire en la Wikipedia. Háblanos de la vida a bordo, el día a día: los espacios, las costumbres, las relaciones entre unos y otras”.
Lo que quiere Chis es que me tiren por la borda. Ya hubo un conato el jueves, durante el simulacro de emergencia. Sonaron siete pitidos cortos y uno largo, alarma general, y nos presentamos todos, cada cual en su punto de encuentro, con el chaleco y el traje de inmersión, listos para el abandono del barco: “¡Balsas al agua!”. Como era una práctica, no hizo falta echar las balsas, pero estuvimos a punto porque los oficiales Lucía y Luis, walki en mano, lo coordinaban todo con mucha seriedad. Nos enfundamos el traje de goma aislante, con su capucha, parecíamos un ejército de peluches rojos. Luego sonó un pitido largo, fuego a bordo, y se oyó la voz del puente, “Localizado en la sala de máquinas”, en dos minutos intervino el cuerpo de bomberos con máscaras de humo y extintores. Cuando regresaban, y ya nos habíamos quitado los trajes, sonaron tres pitidos largos y una voz gritó en cubierta, “¡Hombre al agua!”, tras lo que el barco se detiene de inmediato e inicia el salvamento; pero esta vez alguien preguntó:
—¿Quién se cayó?
—Es el periodista, señor.
—¡Avante, a toda máquina!
De manera que he de andar con cuidado. El reportero que llevaba Gamboa, el poeta Bartolomé de Argensola, lo tenía más fácil: escribía sus notas y luego, si acaso, ya las leería la posteridad; incluso hace 30 años, en mi primer viaje a la Antártida, en el barco se enteraban poco de lo que publicaban los periódicos en Madrid o Galicia. Pero ahora, somos 21 a bordo y hay 28 móviles y 40 ordenadores conectados a Internet. Todo se sabe. Gamboa Global.
Ya sé que te interesa, Chis, desde la perspectiva de la igualdad, el trabajo de la mujer a bordo; pero me comprometes, Oliveira. La palabra es normalidad. La tripulación es muy joven: 32 años el capitán Pablo Fernández; 31 la Oficial 1ª, Lucía Nogueira; y 27 años el Oficial 2º, Luis Ansorena: no habían nacido o eran bebés cuando España daba sus primeros pasos antárticos, en la Campaña 86/87.
Marinos jóvenes, con buena formación, viajados, coeducados en centros mixtos, bilingües, nativos digitales. No es el barco de Gamboa en el siglo XVI, aunque lleve su nombre. Tampoco hay roles sexistas a priori: el primer oficial es mujer, en la tripulación de relevo manda una capitana, y en la cocina trabajan a medias Primitivo y Paqui. No hay segregación por cubiertas ni por oficios: todos limpiamos nuestros camarotes, recogemos las bandejas de comida y hacemos la colada.
Eso fue divertido: reuní un hatillo de sábanas, toallas y lencería fina, y al bombo, “echa poco jabón, que es muy fuerte”, y mientras giraba el bombo, pasé la aspiradora e hice el baño. Colaboramos todos: limpiamos mucho y manchamos poco; y aunque hay humo, polvo, gasóleo… el barco está como una patena. Mucho más limpio que el San Cristóbal, la fragata capitana de Gamboa, con sus chinches y sus ratas.
Limpieza y orden. Y compromiso con el reciclaje: todas las basuras se separan, hay contenedores diferentes en el comedor (papel, plásticos, orgánico) y en todas las cubiertas. No se derrocha el agua, bien escaso; ni se regatea la excelente comida, que ya le hubiera gustado a don Pedro Sarmiento en sus penalidades por el Estrecho de Magallanes, persiguiendo a Drake.
Lo cierto es que el Sarmiento de Gamboa —coparticipado por el CISC y la Xunta de Galicia— es un lujo de barco: coqueto, familiar, confortable, 70 metros de eslora y velocidad máxima 14 nudos. Nada que ver con los pesqueros que conocí en el Gran Sol. Buque multipropósito le dicen: oceanografía, hidrografía, geofísica, muestreo de pesca. Actitud científica y mentalidad de laboratorio a bordo: no en vano en 2010 participó en la Expedición Malaspina. Y ahora surca el trópico de Cáncer con 30º a la sombra: calor tropical para secar los huesos antes de adentrarnos en la banquisa del estrecho de Bransfield.
Habrá mucho que contar, pero no hay gesta más heroica que hacer agradable y feliz el día a día, “¡Hace un día estupendo, Señor!”, sin necesidad de grandes promesas ni palabras elocuentes. Aquí lo vamos bordando, han pasado los siete primeros días en un suspiro y ya estamos en aguas de peces voladores. La próxima semana les contaré el paso del ecuador y la Super Luna en alta mar, espectáculo que le hubiera encantado a Gamboa, que sobre todo era astrónomo. Y si no me tiran por la borda, algún día les contaré también quien fue don Pedro Sarmiento de Gamboa.
Gracias por aludirme y contestarme pero todavía tengo curiosidad… me gustaría saber que os cocinan Paqui y Primitivo. Cuántas comidas hacéis al día, si tenéis horario europeo o español, qué tareas tiene la tripulación, qué hacen los investigador@s mientras navegais rumbo a la Antártida…
Podríais hacer una serie de la vida a bordo …
Step by step, gracias por el estímulo.